Este concepto no existía cuando yo era niña, para mi era solo abuelo(a) el que enmarcaba la relación que tenía con los papás de mis papás. Mi relación con ellos fue extraña, no fueron los cabecitas de algodón que me mimaban. Mis abuelos se quedaron en el sur del continente donde nací y mi relación con ellos fue de algunas vacaciones, hasta que ya no volví más. Siempre me quedo en los espacios sinuosos de mi corazón el haber querido estar más cerca, pues cuando murieron me dolió no poder soltar una sola lágrima.
La idea de «abuelidad» me parece maravillosa para enmarcar un vínculo que tiene la fuerza que existe en las relaciones entre abuelos y nietos. Como concepto es un fenómeno contemporáneo, pues antes la relación simplemente se daba de manera orgánica. Hoy ya con un término claro se hila la relación, el desarrollo de la gerontología y los derechos de los ancianos.
Esta etapa se da al final del ciclo vital en la que se producen importantes duelos que enmarcan la viudez, la jubilación, la pérdida de algunas capacidades, el inicio de algunas enfermedades. Esto nos obliga a una reorganización psíquica y relacional. De este modo, la abuelidad se conforma como una oportunidad para ello.
Un término acuñado por la psicoanalista argentina P. Redler, que hoy impulsa un diálogo donde los abuelos tienen la oportunidad de atravesar esta época y para aquellos que tenemos nietos una manera de ayudar a mediar los conflictos que se dan en la generación intermedia. A pesar de la importancia de la abuelidad en el contexto familiar, este concepto no está muy estudiado en psicología.
Hoy soy parte de esta etapa de mi historia, fui hija, madre y ahora soy abuela de casi ocho nietos y desde que nació el primero lo viví como la expresión de mi inmortalidad, una evidencia no dolorosa de la muerte inevitable. El corazón se enardece con la posibilidad ahora solo de acompañar el camino de su crecimiento en la vida, se vuelve uno un testigo amoroso de una manera de estar, desde un lugar distinto.
La abuelidad es fuente de una riqueza enorme que cada día más, se relega en la cotidianidad abrumante de las tareas asfixiantes. Del poco tiempo que nos queda para estar cerquita. De la idea preconcebida de cómo debe uno comportarse, ser y estar.
Las formas de interrelacionarnos han cambiado, el ritmo de la vida también. Estamos ante una hermosa oportunidad de redefinir el lugar que ocupamos los abuelos, de rescatar nuestra experiencia para contarla, para hilarse con las siguientes generaciones. Es momento de ir encontrando la manera de trabajar en el abandono, en la molestia que causa el cuidado de quienes estamos en esta etapa. De redefinir los patrones interelcionales.
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Conocer la historia de nuestros abuelos nos permite honrar su paso, sin importar cómo haya sido este, hoy estamos aquí gracias a que ellos nos abrieron el camino. Somos un legado de cientos de historias dolorosas y amorosas.
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