MADRID, 21 (EUROPA PRESS)
Las colecciones de animales de zoológicos y museos de historia natural –especímenes vivos en el primer caso, conservados en el otro– constituyen un exhaustivo tesoro sobre la biodiversidad.
Sin embargo, los zoológicos y los museos rara vez comparten datos entre sí. Un nuevo estudio publicado en la revista ‘BioScience’ expone una vía para aumentar la colaboración entre estos grupos que mejoraría nuestra comprensión del reino animal.
«Los museos cuentan con una gran cantidad de especímenes conservados que proporcionan a los científicos gran cantidad de información, pero muy pocos datos sobre cómo vivían los animales en su día a día», afirma en un comunicado Gregory Watkins-Colwell, director de la colección de herpetología e ictiología del Museo Peabody de Yale, en Estados Unidos, y coautor del artículo.
«Los zoológicos y acuarios, por su parte, disponen de abundantes datos sobre la historia vital, el comportamiento y la salud de los animales –añade–. Combinar esta información complementaria sería una gran ayuda para los estudiosos y serviría a las misiones de investigación y educación tanto de los museos como de los zoológicos».
Las instituciones acreditadas por la Asociación de Zoológicos y Acuarios albergan unos 800.000 animales vivos, principalmente en Estados Unidos. Los zoológicos y acuarios mantienen un amplio registro de cada animal a su cargo, con información sobre su historia vital, comportamiento, salud, pedigrí, fisiología y protocolos de cría utilizados durante su vida, como la dieta y los tratamientos veterinarios. También recogen y conservan periódicamente muestras biológicas, como sangre, plasma y ADN.
Los museos de historia natural albergan entre 500 y 1.000 millones de especímenes biológicos en Estados Unidos y unos 3.000 millones en todo el mundo, según el artículo. Los registros de un espécimen suelen incluir información sobre dónde, cuándo y quién lo recogió, así como su taxonomía y método de conservación. Estos registros suelen recoger el momento de la vida del animal inmediatamente anterior a su muerte, pero ofrecen poca información sobre todo el tiempo anterior, explica Watkins-Colwell.
«Los museos de historia natural se beneficiarían claramente de tener acceso a los registros detallados de la historia de la vida que mantienen los zoológicos, que son datos en gran medida no disponibles para los museos y los investigadores que dependen de ellos –subraya–. Por ejemplo, la química de la sangre de un guepardo podría ser muy valiosa para un investigador. Al mismo tiempo, los zoológicos también pueden ser importantes fuentes de especímenes conservados para los museos».
Muchos zoológicos albergan especies raras, en peligro de extinción o incluso extinguidas en la naturaleza, lo que hace muy difícil, si no imposible, que los museos las recojan de forma ética, según el documento, cuyos 35 coautores representan a zoológicos y museos de todo Estados Unidos.
Los autores añaden que deshacerse de los animales muertos es una necesidad logística y a menudo legal para los zoológicos, que carecen de experiencia e instalaciones para albergar especímenes conservados. Como alternativa, los zoológicos podrían depositar especímenes de alto valor científico en los museos de historia natural, ampliando el valor de sus colecciones para la investigación y la enseñanza y reforzando su credibilidad como organizaciones científicas orientadas a la conservación.
«Depositar especímenes en los museos puede ayudar a los zoológicos a saber más sobre la salud del animal mientras vivía bajo su cuidado –quizás un elefante tenía un diente infectado que no se detectó mientras vivía–, un conocimiento que podría informar las prácticas de un zoológico y beneficiar sus colecciones», explica Watkins-Colwell.
En la misma línea, Alex Shepack, investigador postdoctoral de la Universidad de Notre Dame y coautor del artículo, insiste en que «depositar un espécimen de un zoo en un museo puede prolongar la ‘vida’ de ese animal a perpetuidad, proporcionando oportunidades de investigación, educación y conservación en los años venideros».
Existen asociaciones entre zoológicos y museos. Por ejemplo, el Museo Peabody ha recibido especímenes de zoológicos de todo Estados Unidos. Desde 2010, el zoológico del condado de Sedgwick, en Wichita, ha donado al museo más de 770 especímenes y muestras de tejido. Esos materiales se han utilizado en 22 proyectos de investigación y cursos en Yale.
Las barreras que impiden una mayor colaboración son, en gran medida, culturales, aclara Watkins-Colwell.
«Cuando iniciamos las conversaciones entre el personal del zoo y el del museo, nos dimos cuenta de lo poco que entendían unos y otros de las formas en que todos utilizamos las colecciones y mantenemos los datos –recuerda el coautor Steven Whitfield, biólogo de conservación del zoo de Miami–. Mientras trabajábamos juntos durante tres días para organizar este manuscrito, vimos un gran interés en la colaboración de personas que realmente nunca habían estado juntas en una sala».
Los dos tipos de instituciones varían en su énfasis en la investigación. Mientras que muchos museos se centran en la investigación, los zoológicos hacen más hincapié en la salud y el bienestar de sus especímenes vivos, explica el documento.
También puede haber obstáculos legales para transferir especímenes animales entre los zoológicos y los museos, y los sistemas de gestión de registros digitales que utilizan los museos y los zoológicos suelen ser incompatibles.
«Sin embargo, lo que debería unir a estas instituciones es el interés compartido por preservar la biodiversidad, en sus diversas formas, y contribuir a nuestro conocimiento colectivo de estos animales –señala Sinlan Poo, científico investigador principal del zoológico de Memphis y autor principal del artículo–. En última instancia, la mejora de la colaboración requerirá que el personal de los zoológicos y los museos establezca relaciones y comparta sus ideas y enfoques científicos entre sí». Según Watkins-Colwell, el nuevo estudio es un primer paso para iniciar ese diálogo.