ATLANTA (AP) — Jimmy Carter intentó, como ningún presidente estadounidense lo había hecho, poner a los derechos humanos en el centro de la política exterior de Washington. Fue un cambio radical difícil de creer para dictadores y disidentes cuando asumió el cargo en 1977. Estados Unidos tenía un largo historial de apoyar la represión de movimientos populares... ¿era real su insistencia en restaurar los principios morales?
Después de que Carter, ahora de 98 años, ingresó a cuidados paliativos en su casa en Georgia, The Associated Press contactó a varios ex prisioneros políticos y les preguntó cómo influyó Carter en sus países oprimidos por gobiernos militares. Los disidentes le dan crédito a Carter por su supervivencia.
Michèle Montas fue testigo del impacto desde la sala de control de Radio Haiti-Inter, que cautelosamente comenzó a desafiar a la dictadura de Jean Claude “Baby Doc” Duvalier después de que Carter dijera que la ayuda estadounidense al país dependería del desarrollo de una sociedad civil.
“Se hizo mucho en Haití gracias a él. Se las arregló para obligar al régimen a abrirse”, dijo Montas.
Pero cuando transmitieron la derrota de Carter ante Ronald Reagan en noviembre de 1980, los temidos sicarios de Duvalier, los TonTon Macoutes, dispararon armas y gritaron: “¡Se acabaron los derechos humanos, los vaqueros están de vuelta en la Casa Blanca!”
Los haitianos escucharon en sus aparatos de radio cómo los Macoutes destruyeron la estación y encarcelaron al personal, al igual que a estudiantes, intelectuales, abogados, defensores de los derechos humanos y candidatos políticos.
“Todos los que podían moverse en Haití fueron arrestados repentinamente y el país cayó en total silencio”, afirmó Montas.
Pero Carter aún no había dejado el cargo. Montas fue subida a un avión rumbo a Miami, luego de que su nombre aparecía en una lista de destacados prisioneros haitianos que diplomáticos estadounidenses presentaron al personal del dictador.
“Fuimos expulsados porque hubo una enérgica protesta de parte del gobierno de Carter”, dijo Montas, quien luego se convirtió en la vocera del secretario general de las Naciones Unidas.
Otros dictadores en distintos lugares de Latinoamérica también excarcelaron a sus presos políticos y aceleraron la transición hacia comicios democráticos, una transformación que Carter alentó sin enviar militares estadounidenses a combatir. Destacó con orgullo que durante su gobierno los soldados estadounidenses no lanzaron ni una bomba ni efectuaron ningún disparo. Salvo los ocho elementos de las fuerzas armadas que perdieron la vida en un accidente mientras intentaban rescatar a rehenes en Irán, ningún otro soldado murió.
Carter había sido informado por Henry Kissinger, el secretario de Estado saliente del presidente Gerald Ford. El enfoque de “realpolitik” de Kissinger —un sistema basado en consideraciones prácticas, más que morales o ideológicas— significaba respaldar en secreto a autócratas mientras aterrorizaban a la población. Pero Carter buscaba una nueva estrategia para ganar la Guerra Fría.
“Ahora estamos libres de ese miedo desmesurado al comunismo, el cual alguna vez nos condujo a acoger a cualquier dictador que también tenía ese temor”, anunció cuatro meses después de asumir la presidencia. “Durante demasiados años hemos estado dispuestos a aceptar los principios y tácticas erróneas y fallidas de nuestros adversarios, abandonando por momentos nuestros propios valores para acoger los suyos”.
Posteriormente, Carter envió a su esposa Rosalynn en una misión de “buena voluntad” por Latinoamérica para mostrarles a los dictadores que hablaba en serio, según “Presidente Carter”, las memorias de su paso por la Casa Blanca que escribió uno de sus principales colaboradores, Stuart Eizenstat.
Carter también amplió el informe del Departamento de Estado sobre el respeto a los derechos humanos en cada país, un documento anual que los autoritarios temían y aborrecían. Su Ley de Prácticas Extranjeras Corruptas estaba dirigida a abolir los sobornos de las corporaciones multinacionales. Y sus embajadas abrieron sus puertas a las víctimas del terrorismo de Estado, documentando 15.000 desapariciones tan sólo en Argentina.
Años más tarde, Carter describió los reproches que le hizo en su gobierno al dictador argentino Jorge Videla durante un evento en el Centro Carter, en el que conoció a algunas de las personas que salvó.
“Dije: ‘estas son personas inocentes y exijo que sean liberadas’. Y se les liberó”, recordó Carter.
A la larga, documentos desclasificados confirmaron cómo Kissinger alentó en secreto la Operación Cóndor, un intento de dictadores sudamericanos para eliminar a sus rivales políticos. En contraste, los memos presidenciales diarios de Carter incluían nombres y cifras de personas secuestradas, encarceladas o asesinadas.
Fernando Reati era un activista universitario argentino de 22 años cuando toda su familia fue arrestada. Aunque sus padres fueron liberados y se exiliaron, él y su hermano fueron torturados —sumergidos en agua, golpeados y colocados en posiciones incómodas_, y estuvieron cerca de que los guardias de una prisión les dispararan.
“Vinieron a las celdas, llamaron a algunas personas y nunca más las volvimos a ver. Y más tarde nos enteramos por otras personas que habían sido asesinadas afuera de ahí. Eso ocurrió durante todo 1976. Y para finales de ese año, ya no mataban a las personas de esa forma”, narró Reati.
La repentina insistencia del gobierno estadounidense por el respeto a los derechos humanos fue toda una sorpresa para los presos políticos y debió ser “muy desconcertante” para las fuerzas armadas de Argentina, agregó Reati.
“Ellos no creían que hablara en serio, porque era algo muy difícil de creer luego de tantas décadas de apoyo estadounidense de todo tipo a las dictaduras militares en Latinoamérica”, comentó Reati, cuyo testimonio ayudó a que los que lo habían torturado fueran declarados culpables de crímenes de lesa humanidad. Ahora lleva a alumnos de la Universidad Estatal de Georgia a recorridos por lugares de Buenos Aires donde se aplicó la guerra sucia.
Carter no se había enfocado en los derechos humanos hasta que el tema demostró ser llamativo en la campaña. Ya en la presidencia lo presentó en términos de derechos civiles y políticos, evitando los derechos más complicados a la alimentación, la educación y la salud, y aplicó sus principios de forma selectiva, en un reflejo de cálculos pragmáticos para impulsar los intereses de Estados Unidos, según la historiadora Barbara Keys, autora de “Reclaiming American Virtue - the Human Rights Revolution of the 1970s" ("Recuperando la virtud estadounidense: la revolución de derechos humanos de la década de 1970").
Sin embargo, aunque Carter estaba comprometido personalmente con Latinoamérica, no intervino en el sureste asiático después del retiro de Estados Unidos de Vietnam, y a consecuencia de ello su historial en la región resultó afectado.
A pesar de la creciente evidencia de brutalidad, Carter aguardó hasta 1978 para declarar que el sanguinario grupo de los Jemeres Rojos de Camboya era “el peor violador de los derechos humanos del mundo”. Su reinado de terror de casi cuatro años, de 1975 a 1979, cobró la vida de más de 1,7 millones de personas.
Carter también mantuvo el apoyo de sus predecesores al autoritario presidente indonesio Suharto, quien usó armas y aeronaves estadounidenses para aplastar un movimiento independentista en Timor Oriental. Cientos de miles de personas murieron allí durante el conflicto de un cuarto de siglo.
En África, sin embargo, el Centro Carter que fundó al terminar su presidencia ayudó a la transformación de sociedades al fomentar el activismo comunitario y la justicia social mediante iniciativas de salud pública, dijo Abdullahi Ahmed An Naim, exdirector de Africa Watch que fue profesor de leyes sobre derechos humanos en la Universidad Emory, en Atlanta.
An Naim era un profesor en la Universidad de Jartum que defendía una sharía que garantizara la igualdad de las mujeres cuando el dictador sudanés Jaafar al Nimeiri decretó una versión draconiana de los principios del Corán. Para sofocar a la disidencia en un país de tanta diversidad religiosa, Al Nimeiri detuvo a An Naim y a 50 de sus colegas durante 18 meses sin que se les presentaran cargos.
A solicitud de otro académico, Carter escribió una solicitud personal. Al Nimeiri se puso furioso y gritó sobre traidores y enemigos, pero “fuimos liberados sin cargos, sin juicios, sin una palabra”, recordó An Naim. “Fue Carter, el ser humano, el que hizo esto”.
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La periodista de The Associated Press Edith M. Lederer contribuyó a este despacho desde Nueva York.