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Israel suele estar envuelto en conflictos religiosos. Sin embargo, muchos israelíes son laicistas

Tamar Shabtai posa para una foto en su casa en Mevaseret Zion, cerca de Jerusalén, el 30 de agosto de 2023. Shabtai, de 29 años y que creció en un vecindario religioso de Jerusalén, es una de los miles de jóvenes que abandonan la comunidad ultraortod AP (Ohad Zwigenberg/AP)

MEVASSERET ZION, Israel (AP) — Israel es una nación incesantemente arrastrada por el fervor y el conflicto religioso. Sin embargo, sorprendentemente, una gran parte de su población es laicista, e incluso su aislada comunidad ultraortodoxa pierde un flujo constante de miembros que se cansan de sus estrictas reglas religiosas.

El país es hogar de unos 7 millones de judíos, casi la mitad de la población judía mundial. Pero la identidad judía es una mezcla compleja de una identidad religiosa y etnonacional; la mayoría de los judíos israelíes no observan el judaísmo con diligencia.

Una encuesta de la Oficina Central de Estadísticas de Israel, publicada en 2021, encontró que, entre los judíos israelíes mayores de 20 años, aproximadamente el 45% se identificó como laicista o no religioso, mientras que el 33% dijo que practicaba un culto religioso “tradicional”. Los judíos ultraortodoxos, conocidos como “haredim” en hebreo —o “jaredíes” en español—, constituían el 10%.

Para Naor Narkis y muchos otros israelíes laicistas, su identidad judía es cultural —definida por la lengua hebrea y la experiencia histórica—, en lugar de estar regida por el culto religioso tradicional.

Narkis, nacido en Tel Aviv, fundó el organismo Israel Iluminado tras las elecciones parlamentarias del año pasado, cuando los ultraortodoxos y los ultranacionalistas religiosos ayudaron a que el primer ministro Benjamín Netanyahu volviera al cargo. Narkis dice que la organización tiene como objetivo defender los valores liberales y educar sobre ellos a los israelíes ultraortodoxos, y aboga por una separación clara entre la religión y el Estado, incluida la autorización de que haya transporte público en el shabat (del atardecer del viernes al del sábado).

“No creo que haya una gran diferencia entre un judío laicista que vive en Tel Aviv y una persona que vive en Nueva York cuyos padres son cristianos, pero no es religiosa”, dijo Narkis. “Lo que nos define es nuestro idioma, y nuestra herencia, pero no involucra la fe en un dios”.

Citó a Ahad Ha’Am, un pionero de la literatura hebrea moderna de finales del siglo XIX, quien describió la identidad judía como una herencia cultural más que una religión.

El grupo de Narkis regala celulares inteligentes a los jaredíes que los quieran. Desde enero, ha distribuido 3.000 de esos teléfonos.

Los ultraortodoxos se adhieren a una interpretación estricta de la ley judía y a un código de conducta que lo rige todo, desde qué comer hasta qué calcetines usar. La comunidad suele evitar el uso de teléfonos inteligentes y el internet, a los que ven como una puerta de entrada a ideas inapropiadas.

No obstante, cada año, unas 4.000 personas en Israel —uno de cada siete estudiantes que se gradúan en el sistema educativo jaredí— abandonan la comunidad ultraortodoxa, según Out for Change, una organización que ayuda a los israelíes exjaredíes a integrarse en la sociedad y a la fuerza laboral. Esa cifra crece cada año, a pesar de que la tasa de natalidad entre los ultraortodoxos es de 6,5 hijos por mujer.

Entre quienes optaron por marcharse se encuentra Tamar Shabtai.

Durante las dos primeras décadas de su vida, ella siguió las reglas: observaba el shabat, comía comida kosher y vestía con una modestia estricta, según lo esperaba su comunidad ultraortodoxa en Jerusalén.

Pero en los últimos ocho años, Shabtai, de 29 años, dejó eso atrás.

Aunque vive a sólo 5 kilómetros (3 millas) de su barrio jaredí en Jerusalén, comparó la experiencia de dejar la comunidad con “inmigrar a otro país”.

“La vida comunitaria es realmente el elemento más importante allí”, dijo Shabtai sobre el mundo ultraortodoxo. “A cualquiera que no encaje en ese marco de referencia no le irá bien, en realidad. O uno siente todo el tiempo que no pertenece y tiene que luchar por su lugar, o uno elige irse, y luego hay otros precios qué pagar por dejar la comunidad familiar y empezar de cero”.

Quienes salen de la comunidad ultraortodoxa enfrentan retos enormes. Las familias y las comunidades a menudo evitan a quienes toman un rumbo diferente. Muchas escuelas jaredíes no imparten materias como inglés ni matemáticas, lo que hace que incorporarse a la fuerza laboral moderna sea un reto. Los hombres y mujeres ultraortodoxos que cumplen los requisitos para integrarse a programas de capacitación subsidiados por el gobierno para trabajos tecnológicos de repente descubren que ya no son elegibles una vez que abandonan la comunidad.

Aproximadamente la tercera parte de Jerusalén es ultraortodoxa. Repartidos por el centro de la ciudad hay varios grupos que ofrecen eventos sociales para los exjaredíes con el fin de que establezcan contactos. Out for Change provee eso, además de recursos, clases, talleres y asesoramiento para ayudar a las personas a navegar en su nuevo y desconocido mundo.

“Hasta ahora, el Estado los veía desde la perspectiva jaredí —desertores, débiles—, y que incluso si intentamos ayudarlos, es a través del prisma de la beneficencia”, dijo Nadav Rosenblatt, director de Out for Change. “Podrían haberse quedado como jaredíes, pero eligieron irse. Vienen motivados, tienen aspiraciones de integrarse al mundo laboral y a la educación superior”.

La partida de Shabtai fue un proceso gradual. Comenzó cuando ella empezó su educación posterior a la secundaria fuera de la comunidad ultraortodoxa, donde conoció a israelíes de diversos estilos.

Ella es la sexta de ocho hermanos; otros dos ya no son ultraortodoxos. Shabtai dijo que perdió amistades de la infancia cuando decidió irse, y que esa decisión ha tensado la relación con sus padres.

Visitar la casa de sus padres vestida con pantalones —en lugar de falda larga, como es costumbre entre las mujeres ortodoxas— no les molesta, dijo, “pero el shabat es algo que les resulta doloroso”.

“Si vengo es sólo de vez en cuando, y luego regreso a casa en un auto; lo estaciono fuera del vecindario”, agregó. “Duele, tanto para ellos como para mí”.

Algunos exjaredíes mantienen estilos de vida religiosos fuera de las restricciones de la comunidad, algunos conservan ciertas prácticas tradicionales comunes entre muchos judíos israelíes, mientras que otros adoptan una perspectiva laicista.

Entre el puñado de judíos exjaredíes, la mayoría todavía mantiene algún tipo de estilo de vida religioso, según una encuesta de Out for Change. Sólo el 21% de los encuestados se identificaron como laicistas; el 45% dijo que todavía son practicantes de la religión, simplemente no ultraortodoxos.

“Las razones para irse, contrario a lo que mucha gente piensa, son sociales y no teológicas en la mayoría de los casos”, dijo Guilad Malach, un investigador centrado en la comunidad ultraortodoxa en The Israel Democracy Institute, un centro independiente dedicado a fortalecer la democracia del país. Muchos de quienes abandonan la vida jaredí citan la presión social que no permite la expresión individual, agregó.

En la parte interna de la muñeca derecha, Shabtai tiene un pequeño tatuaje que dice en hebreo: “No lo sé”. No sólo los tatuajes son un tabú, según la costumbre judía, sino que la incertidumbre contenida en esa frase también sería desalentada.

“¿Qué es lo que no se puede saber?”, dijo. “Existe Dios, hay reglas, no hay nada que no se pueda saber”.

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La cobertura religiosa de The Associated Press recibe apoyo a través de la colaboración de la AP con The Conversation US, con financiamiento de Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de este contenido.

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