En los últimos tiempos nos hemos dado cuenta que la mayor enfermedad de una democracia es la que provocan aquellos anti demócratas, que consideran que el cumplimiento de sus ideales y creencias va más allá del respeto de la voluntad de los electores, que el destino manifiesto de sus existencias y el cuidado de sus proyectos debe de prevalecer sobre las reglas, ya que no todos tienen la misma visión de protección de los mas desfavorecidos o de la importancia de la permanencia de sus propuestas de campaña y de gobierno.
El pasado 6 de enero a un año del aniversario de la toma del capitolio de Estados Unidos, el presidente Joe Biden señaló que por primera vez en la historia de aquel país un presidente atacó a la democracia, denunciando fraude en las elecciones y al oponerse al traspaso pacífico del poder por haber perdido la votación.
El canto de fraude de Donald Trump ha dañado a la democracia, muchos republicanos si consideran que hubo trampa y se ha perdido la sólida confianza que los ciudadanos tenían en su sistema electoral, sin embargo, a pesar de esto, el expresidente considera que es un costo menor si esto le permite seguir vigente en el ánimo público para seguir con su política racista y anti inmigrantes y para buscar nuevamente la Casa Blanca en el 2024, lo que analistas de nuestro vecino país ya ven con ciertas posibilidades.
Llama la atención que, como una posible reacción a esta amenaza, justo en una de las ciudades más importantes de Estados Unidos, en Nueva York se acaba de aprobar una ley avalada por el Alcalde Erik Adams, para que los residentes de la ciudad aún no siendo ciudadanos, puedan votar para las elecciones de alcalde y municipales de la ciudad en 2023, lo que le abrirá la posibilidad a 800,000 residentes no ciudadanos a elegir al próximo alcalde, entre ellos seguramente miles de mexicanos.
La verdadera lucha entonces, es entre los que confían en la democracia, sus reglas y además pretenden incluir a grupos políticamente discriminados y los que consideran más importante el llevar a cabo sus proyectos ideológicos y de continuidad, que según dicen ayudan a las mayorías, aunque esto signifique hacer a un lado Constituciones, leyes y autoridades electorales.
Esto que sucede en Estados Unidos con Donald Trump, pasa en Nicaragua, Venezuela, Cuba y México. Las democracias están bajo fuego y las armas de la crítica al pasado, la división, el cuestionamiento de las reglas electorales y la culpa a la política económica están presentes, solo queda confiar en que la fortaleza democrática prevalezca y no se olviden los principios básicos instaurados desde la revolución francesa de libertad, igualdad, fraternidad y respeto a la voluntad popular.