Opinión

El dilema de apretar un botón

El dilema de apretar un botón Foto: Pixabay

Para leer con: “The Hardest Button to Button”, de The White Stripes

Tal vez no nos hemos dado cuenta, pero la métrica de la modernidad y su eficiencia se han reducido a un botón. En él se expresa el estado binario de un mundo que deja toda su responsabilidad y peso al dedo con que se oprime. ¿Puede un botón representar la persecución humana de hacer que el mundo funcione?

Antes de ser los depositarios de nuestra anuencia para acceder a un crédito hipotecario, para dar play al siguiente episodio de Seinfeld, o simplemente para avanzar (hágase lo que sea), los botones tenían una identidad distinta al on/off, incluso, como ingeniosos conectores entre dos piezas de una prenda de vestir.

Nuestros antepasados, desde 2,800 aEC emplearon pequeños discos en sus atuendos para sostener al ego. Los abuelos de los botones fueron sellos, distintivos y adornos que además ajustaban parte del vestido. Los había tallados con formas geométricas, pulidos a mano y con materiales tan diversos como las conchas marinas y, desde luego, el oro.

También los hay negros, azules, y por supuesto, rojos. Existen botones nucleares, florales, de vestir, en elevadores y computadoras, en aires acondicionados y —por supuesto— en controles remoto. Un botón fue ideado con el propósito de ser oprimido. Pero pinchar un buen botón conlleva la extraña tarea de tener que apretarlo de nuevo. Esta es su magia. Y, acaso, un poder hipnótico intrínseco que tiene hoy a los humanos ciclados como hámsters.

Y es que un botón difícilmente cede: suele regresar a su posición original, esperando mecánicamente ser oprimido y, gracias a su misterio encantador, emerge con soltura, retando a su público, a ser apretado una vez más.

Con la virtualización de los ecosistemas en las interfaces de usuario, hoy cualquier cosa puede ser un botón. Y eso es lo más humano que la tecnología puede abrazar porque como cualquier parte de la pantalla de un celular puede desplegar un botón (sin que mecánicamente lo sea o esté ahí), pasa lo mismo con la serie de reacciones emocionales de las que diario se es presa, sin siquiera intuir sus disparadores (cariñosamente vistos también como botones).

PUBLICIDAD

Probablemente con alevosía, dolo y nocturnidad fue que se ideó la palabra “koumpounofobia” al miedo a los botones. ¿Por qué alguien habría de vilipendiar y temer a un objeto que flota en la inercia cotidiana, alegrando el sentido de evolución?

El escritor Rafael Sánchez Ferlosio habla de las cajas como pudo haberlo hecho de los botones: “Las cajas vacías son recipientes o continentes que no solo preceden a la determinación de los contenidos, sino que además reclaman como bocas vociferantes la producción de algo que las llene”.

Del mismo modo en el que —de acuerdo con Ferlosio— los objetos no requieren una caja, sino que las cajas son quienes reclaman la producción de cosas que las llenen, los botones son uno de esos elementos que rodean el entorno sin siquiera ser notados y en espera paciente de ser señalados, para luego ser ungidos. No sirve preguntar por qué, la única vía es para qué.

Todas esas acciones a las que uno puede acceder mediante un botón son reflejo del paso civilizatorio. Cualquiera tiene la opción de acceder a una fase subsecuente en un proyecto o lograr un cometido secuencial con solo oprimir el botón indicado. Oliverio se deshacía de sus parejas al presionar un botón, en El Lado Oscuro del Corazón: la mitad de la cama se abría y un abismo resolvía el dilema.

Bajo la percepción de no tener tiempo, encima lo perdemos. Para muestra, un botón: el de la inmediatez.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

Tags

Lo Último