Entre los hábitos que podemos adoptar quienes vivimos en las ciudades del país está el cultivo de hortalizas en nuestro hogar y en aquellas áreas comunes en donde podamos construir pequeños huertos que nos provean de alimentos básicos.
Establecer un comportamiento social de autoconsumo no solo responde a criterios de economía familiar, hoy presionada por un aumento de la inflación provocado por el conflicto armado en Ucrania y las consecuencias de una pandemia que se ha prolongado, sino también a crear condiciones de seguridad alimentaria desde la ciudadanía en medio de un proceso de cambio climático que sigue su curso y parece que no podremos detener en el corto plazo.
Cada uno de nuestros hogares puede contar con macetas que produzcan vegetales, hibernas y flores comestibles, incluso tubérculos, además de utilizar algunas técnicas de siembra como la hidroponía para crecer en balcones, terrazas y azoteas, productos que primera necesidad como el tomate, la lechuga, el apio, entre varios tipos de fruta como las fresas y algunas variantes de bayas.
Habilitar entre las y los vecinos los espacios que se requieren para una huerta comunitaria provoca una apropiación de los lugares que a veces descuidamos por pensar que, al ser de todos no son de nadie en particular. Ese es un error común entre quienes vivimos en una metrópoli que ya no podemos cometer por demasiado tiempo, a riesgo de que lo que consumismo se encarezca por una multitud de razones sobre las que no tenemos demasiado control.
Porque nuestro papel de consumidores, si bien podría tener un peso mayor, es limitado frente a las cadenas de producción y las leyes económicas que rigen mercados que son fácilmente alterados por conflictos y crisis internacionales que se vuelven domésticas por un modelo de globalización.
El que ha demostrado sus límites en situaciones inesperadas como esta crisis sanitaria mundial y por decisiones que toman los líderes de naciones que proveen recursos naturales a otros países por conveniencia financiera, pero que, en cuanto se mezcla con la política, todo puede cambiar y los aliados volverse rivales de la noche a la mañana, supeditando las necesidades elementales de millones a determinaciones de poder dominio territorial.
Las grandes ciudades del país concentran lugares de vivienda que cuentan con los metros suficientes para fortalecer una cultura de cultivo urbano, en el que pueda aprovecharse el agua de lluvia y establecer ciclos de siembra y cosecha de la misma manera que en el campo.
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La Ciudad de México, por ejemplo, es una metrópoli más rural (casi 60% de su territorio) contra poco más de un 40% que está en alcaldías que agrupan centros de trabajo y otras que son el dormitorio de la mayoría de los poco más de sus 9 millones de habitantes permanentes.
Ubicar lugares en casa para desarrollar el cultivo de plantas y hortalizas, para sumarlos a los que en acuerdo general puedan convertirse en áreas propiedad de una mayoría de vecinos que así lo convengan, aliviará el aumento de precios que nos afecta a todos, sin importar el ingreso.
Al mismo tiempo, abre la posibilidad de modificar nuestra forma de consumir, de cuidar el agua y de aprovechar los beneficios de saber que lo que se pone en la mesa es un alimento sano, producido por nosotros mismos.
Lo que en otras generaciones era una costumbre útil y un vínculo con la naturaleza y el campo que se podía perder al mudarse a los grandes centros poblacionales, hoy debe recuperarse para que fortalezcamos el papel que tenemos como consumidores y como ciudadanos dentro de economías.
Las que se mueven en muchos momentos por decisiones que se toman con base en intereses impulsados por la especulación, la concentración, los márgenes excesivos de ganancias y la ausencia de una producción en el campo que fue sustituida por un desarrollo industrial al que se le olvidó que comer es una necesidad básica y alguien tiene que cultivar los alimentos que nos nutren.
Podemos contribuir para que ese autoconsumo, producido en el hogar, se multiplique y haga que el mercado interno se equilibre y nosotros podamos crear la suficiencia que pueda frenar el deterioro de los espacios de cultivo en el campo, azotados por los cambios meteorológicos ocasionados por el desgaste que le hemos provocado al planeta, y corregir el comportamiento de variables económicas que dañan a los segmentos de la población más vulnerables, pero que se extienden a todas las familias. Sembremos para cosechar.