Para leer con: “Spread Your Love”, de Black Rebel Motorcycle Club
Hay dudas que no se aclaran hasta que se ven en un aparador.
No importa si se necesita. Deambular tras objetos ajenos que pueden perder esa condición refrescan la nueva condición del alma contemporánea.
Y es que algo pasa con el olor a nuevo: no importa si es una chamarra o unos zapatos, estrenar algo hace que las penas se aplacen lo suficiente hasta que regresan para volver a visitar un centro comercial.
Las tiendas han desplazado el lugar que ocupaban los parques como centro de paseo y solaz para la familia. El acto de caminar ahora tiene un destino y es la caja registradora o el probador: se es en la medida en la que se adquiere.
En pos de la singularidad, uno busca una camisa, un blazer o unos lentes que aporten la distinción que podría estar faltando, ya en corto, la tarea habrá sido en vano, solo para pensar qué otra tienda tendrá aquello que verdaderamente tendrá lo que te falta.
Hacer window shopping es una práctica que se ha instalado en la constumbre de cualquier país. Y como animales ritualistas que somos, crecemos y nos convertimos en producto de hábitos gracias a la repetición —consciente o no— de impresiones mentales que derivan en la serie de comportamientos que no se cuestionan. Un cumpleaños, el Día de la Madre, Halloween, Navidad, apuntan fundamentalmente a comprar.
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Lo que en un principio eran algunas tiendas que decidieron ser montadas de manera contigua con el objeto de facilitar las compras, ahora se erigen como estrategia de contención para evitar la salida del comprador y retenerlo durante todo el día.
Gimnasios, restaurantes con promesas orgánicas para desayunar comer y cenar, tiendas de memorabilia, boliche, casinos, tiendas de animales, bancos, supermercados, espacios para poner a brincar niños hasta agotarlos, bares, cines, pistas de hielo, food courts y hasta spas de pies con vistosas peceras.
Comprar se ha vuelto la más efectiva salida con la que uno logra definir su persona: ni siquiera hay que tener claro qué es lo que se quiere, lo importante es comprar. Los calzones, bolsas, zapatos y relojes deberán tener el nombre y apellido de un desconocido que suene lo rimbombante que no es uno para subirse a la tendencia y, bajo tal decreto, sumar puntos de lealtad al ser.
Es imposible no estar perdiéndose de algo todo el tiempo. Eso hace sufrir a cualquiera porque, en lugar de estar leyendo esto, podrías estar comprando algo. Por eso no hay mejor refugio para un Homo Shopper, que un centro comercial. Por fortuna ya hay espacios habitacionales sobre centros comerciales.
Si no hay cómo adquirir uno de estos apartamentos, no hay problema, cada vez existen más tiendas cerca de nosotros: más grandes, con más amenidades y más sorpresas para toda la familia, en donde, si no estás en casa, podrás sentirte como si lo estuvieras.
Por todo esto y por las cosas que te quedan por adquirir, que este y todos los anhelos puedan comprar aquello que no puedas sentir.