El acto de creación artística, desde que el hombre se hizo hombre le ha servido como vía de expresión sobre sus sentimientos, preocupaciones, temores, esperanzas; pero sobre todo para indagar sobre la realidad e intentar comprender y dominar al mundo que lo circunda.
La psicoterapia es un arte, cada paciente es una obra, aunque sea de un mismo estilo e incluso si es del mismo autor, nunca es igual que otra. En ella se encuentra el tema a representar impulsado por los pinceles.
Al igual que todos los modelos artísticos, como en la psicoterapia, se tiene un estilo propio, se rige por una serie de principios y normas que tiene que cumplir para poder ser considerado parte del mismo.
Es una profesión que cuenta con una serie de “líneas generales” y técnicas que delimitan el marco de lo que se puede hacer y qué no y por dónde moverse. El modelo deja muy claro casi siempre qué hacer, pero define poco el cómo hay que aterrizar esa realidad teórica y de principios, en el caso en que se tiene enfrente.
Para una cirugía existen técnicas, para construir un edificio también, en la cocina, recetas. Pero el alma humana se acaricia, se le susurra para que despierte y eso requiere una maestría que se teje en la práctica, en la constante supervisión, en vaciarse y llenarse de nuevo todos los días.
La psicoterapia no se modela; es un traje a la medida, un arte que suma lo aprendido. El estudio da las bases del conocimiento, pero esto no es suficiente.
El terapeuta se hace en el diván, en el trabajo personal donde se suturan las heridas propias. Brota de la creatividad y de la sed por incursionar y aprender.
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¿Cómo se le enseña a un escritor a que escriba? ¿A un músico a que componga?
El ver el modelo, estudiar las escuelas, lo que se ha escrito, lo que se propone, no hace a un buen terapeuta; este se construye. Se vuelve una artesanía, cuyo instrumento es él mismo. Este se afina con el aprendizaje continuo, no solo en los libros y los maestros si no en la vivencia de la relación con cada paciente, en cada sesión.
La experiencia estética de quien toma esta profesión y la hace suya, abre una puerta para el propio conocimiento, un espejo que entra en “sintonía” con el paciente y si pone atención le permite preguntarse a fondo sobre sí mismo.
Es una vivencia de totalidad en la que participan los sentidos y la razón, el pensamiento, la intuición y los sentimientos; es un acto único. El terapeuta no es invencible, no es perfecto, es un ser que sufre, teme, se enamora y se equivoca.
Pero va construyendo una urdimbre donde busca las hebras para reparar los desperfectos, co-creando un abrazo estético que reconcilia los errores, embelleciéndolos, siendo esto la base para el crecimiento.
Claudia Ruiz Claudia Gómez
Consultorio C7 Salud Mental
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