Ningún delito es menos importante que otro, aunque su naturaleza y sus consecuencias puedan parecer mayores; sin embargo, uno de los que lastiman más a una sociedad es la trata de personas, porque lucra con la necesidad que tienen las personas de buscar un mejor futuro arriesgándolo todo.
Pero transportar gente de manera ilegal hacia otro país es una de las diferentes modalidades de la trata, cuyo denominador común es la explotación continua de las víctimas a cambio de ganancias millonarias.
Este delito afecta a mujeres, hombres, menores de edad y adultos mayores, cualquiera puede ser sujeto de una de sus variantes, porque para este tipo de criminales lo importante es utilizar a sus víctimas para producir dinero, ya sea por prostitución, mendicidad o trabajo forzado.
Por eso no se exagera cuando se define a la trata de personas como esclavitud moderna. Aunque se desconoce si el dato sigue siendo cierto, representaba hasta hace algunos años el tercer crimen más lucrativo en el planeta, solo después del tráfico de estupefacientes y la venta ilegal de armas.
Como sociedad podemos hacer mucho para detener este delito. En primer lugar, porque ninguna víctima es invisible (a pesar de que en muchas ocasiones así lo parezca) y podemos distinguir fácilmente a una persona que no está por su voluntad en algún sitio; además de que el temor es una emoción que siempre es reconocible.
Es precisamente el miedo lo que hace que miles de personas no denuncien un caso de trata de personas o normalicen condiciones de trabajo indignas. Todo empieza por una falsa promesa de llegar a un país próspero y encontrar un empleo, por ejemplo, que luego se transforma en privación de la libertad y explotación abierta.
Si hemos visto o sabemos de un caso así, es fundamental alertar a las autoridades de manera directa para que puedan intervenir y liberar a quienes sufran alguna modalidad de trata que contempla la ley vigente. También es relevante informarnos acerca de cuáles son para poder identificarlas de inmediato. El 088 y el 911 son números oficiales a los que se puede acudir, incluso de manera anónima.
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Ningún tipo de actividad que implique no salir, no hablar o perder contacto con los seres queridos es legal; como no lo es pagar miles de pesos a un “coyote” o acudir a una oferta de empleo que promete un viaje al otro lado del mundo sin referencias o exámenes profesionales de por medio. Menos creer en una amistad o interés sentimental que proponga un medio de vida en donde se contempla el abuso a cambio de dinero.
Tristemente podemos acostumbrarnos a noticias sobre casos de trata de personas y hasta en modalidades que consideramos un mal difícil de erradicar por ser muy antiguos o estar arraigados en nuestra vida cotidiana. Nada más falso.
No hay crimen que deba tolerarse por costumbre y ninguno ha demostrado ser invencible; la clave es el rechazo social que tengamos hacia ellos y combatir la impunidad y la corrupción que protege a los tratantes.
Estemos atentos a mucha de la información que publica la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana del Gobierno de México, la ONU y organizaciones civiles legítimas que tienen una historia de atención y rescate a víctimas en México y en los Estados Unidos.
Solo estamos indefensos ante el delito cuando lo consideramos inevitable y dejamos de organizarnos. Hagamos visibles a las víctimas denunciando y no le demos oportunidad a nadie de que abuse de otra persona a cambio de una utilidad económica, no importa si es un migrante o una persona que ayuda en una casa, un negocio o que es obligada a solicitar caridad.
Seamos corresponsables y hagamos lo que nos toca para que este crimen, igual que muchos otros, no tenga espacio entre nosotros, los que nos consideramos del lado de los buenos ciudadanos.