Los seres humanos transcurrimos gran parte de nuestra vida priorizando las necesidades de los demás sobre las nuestras y cuando se da el caso de que, por fin, logramos decir que no a algunas de las peticiones que nos hacen aquellos que nos rodean prácticamente de inmediato nos mortificamos creyendo que somos “muy malos padres” o “unos pésimos amigos”, que somos demasiado egoístas o que, de plano, “somos las peores personas del universo”.
Sin embargo, la realidad es que la inteligencia emocional nos enseña a las personas que poner límites nos sirve para saber qué necesitamos y qué queremos tanto de lo demás como de nosotros mismos.
Saber defendernos, no dejar que invadan nuestro territorio, tener la habilidad para que se respeten nuestras creencias y nuestros puntos de vista, pero sobre todo regirnos bajo el principio de que el amor propio es fundamental para poder aspirar a una vida plena.
Por eso es importante siempre estar atentos para no ceder ante chantajes emocionales ni manipulaciones psicológicas.
Pero, por principio de cuentas, ¿qué entendemos por límites o cómo logramos identificarlos? Los límites, de acuerdo a los especialistas, son simples barreras individuales que todos los seres humanos creamos, definimos e imponemos a medida que vamos conviviendo con nuestros semejantes (familiares, amigos, compañeros de trabajo, etcétera).
Son útiles y positivos sobre todo cuando tenemos cerca de personas de características tóxicas. Además, nos ayudan a mantener distancia con los demás y nos sirven para evitar relaciones profundas con quienes no deseamos involucrarnos de más. Así de simple.
En contraparte, también debemos entender que cuando somos incapaces de imponer límites vamos a acabar involucrándonos de más con las personas y sus problemas incluso nos van a afectar más a nosotros que a ellos mismos; también vamos a encontrar serias dificultades para poder decir que no en situaciones que nos sean desfavorables y eso definitivamente nos va a colocar frecuentemente en posición de vulnerabilidad.
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Lo que procede en este tipo de circunstancias es, como se dice coloquialmente, tomar al toro por los cuernos y empezar a revertir todas esas circunstancias que nos impiden aliarnos a los límites y a poner en la punta de nuestras prioridades tanto nuestro bienestar como nuestro amor propio. Hay que dejar de complacer al resto del mundo por un momento y a aceptar que el rechazo de los demás no tiene porque afectarnos más de la cuenta.
Los límites son saludables porque éstos nos permiten tener una relación balanceada de forma simultánea con nosotros mismos y con aquellos que nos rodean. Además, eso significa que comprendemos nuestras propias necesidades y sabemos comunicarnos atingente y asertivamente.
Lo ideal es saber encontrar el balance, ni ser tan dominantes y tampoco ser tan sumisos. Hay que tener capacidad para desarrollar nuestra propia toma de decisiones sin que tengamos que avasallar a otros o que le permitamos a alguien que nos humille.
El amor propio nos vuelve personas más compasivas y con él también logramos afirmar y reafirmar nuestras necesidades. Pero por sobre todas las cosas, nos pone en un estado de alerta máxima con respecto al conocimiento de nuestras emociones.
Así que no temas a poner límites, incluso contigo mismo.