Definitivamente, una de las peores anticualidades que nos caracteriza a los seres humanos, a hombres y mujeres por igual, es nuestra proclividad a meternos en problemas porque no sabemos mantener la boca cerrada. Cuando algo no nos parece o cuando creemos que tenemos el dominio sobre ciertos temas la tentación nos obliga a responder casi de manera automática y por lo regular lo hacemos sin reflexionar las consecuencias.
Practicar el silencio no es cosa sencilla, requiere de mucho autocontrol y también de mucha inteligencia. Abrir la boca para hacer algún comentario, la mayoría de las ocasiones cuando ni siquiera se nos ha solicitado nuestra opinión, pareciera ser el deporte predilecto de muchos de nosotros y a final de cuentas ser entrometidos y chismosos no ocasiona muchísimos problemas en nuestra vida cotidiana con todas las personas con las que a diario convivimos.
Pero, por principio de cuentas, ¿qué nos impulsa a adoptar este incómodo comportamiento? El origen es muy simple: La raza humana es social por naturaleza. Nacemos con la característica social y la vamos desarrollando a lo largo de nuestra vida y somos sutiles ante los cambios emocionales que se producen en todos aquellos que nos rodean.
Sin embargo, cuando a la par de esta socialización no se nos ha enseñado la importancia de los límites ignoramos en qué momento debemos ser prudentes o participativos y eso nos impulsa en todo momento a querer emitir nuestra opinión en torno a todas las situaciones que acontecen a nuestro alrededor y eso no es correcto.
Las personas educadas, respetuosas, mesuradas e inteligentes dominan a la perfección ciertas dinámicas sociales, sobre todo las que requieren de ejercer cierta sensibilidad y la buena comunicación entre los seres humanos requiere de individuos que entienden la importancia de saber en qué momento deben abrir la boca para emitir algún comentario y también en qué momento cerrar la para no decir algo desafortunado que pueda incomodar, herir o enojar a los demás.
Comunicarnos no implica necesariamente utilizar las palabras y por eso también existe el lenguaje no verbal. El silencio es sumamente poderoso y muchos de nosotros no sabemos utilizarlo.
Seguramente muchos de ustedes, amigos lectores, han escuchado la frase si no tienes nada bueno que decir, mejor no digas nada. Es muy cierta, es muy contundente y es muy valiosa.
PUBLICIDAD
Por ejemplo: Cuando estamos en medio de una discusión acalorada, ya sea con algún amigo, familiar o colega del trabajo, es muy común que el pensamiento emocional se imponga al pensamiento racional y eso nos impide “filtrar” por nuestra mente lo que estamos diciendo y por reflejo nuestros comentarios se vuelven más rápidos (incluso levantamos la voz para imponernos) e irreflexivos hasta que en cierto punto no podemos controlar nuestras emociones y nuestras palabras, y terminamos haciendo comentarios sumamente desafortunados e incluso estúpidos.
Aprendan a visualizarse en dinámicas sociales positivas, pero sobre todo respetuosas. Quedarnos callados frente a ciertas situaciones no es malo y tampoco es síntoma de ignorancia.
Todo lo contrario. Aquel que prefiere quedarse callado en lugar de abrir la boca para emitir algún comentario fuera de lugar, de mal gusto o innecesario, no es ningún tonto, es alguien empático, respetuoso, pero sobre todo inteligente.
No olviden que lo mejor siempre será pensar primero y actuar o hablar después, no al revés. Y si te quedas callado, si no dices absolutamente nada, pues no es el fin del mundo. Además, en boca cerrada… ¡no entran moscas!