Para leer con “Tranquilo y tropical”, de Los Aguas Aguas
La realidad se abre del lado del que uno se levanta de la cama. Solo así se entiende y se justifica que alguien llegue tarde a trabajar.
En el poco pero probable caso de que sigas haciendo una cuarentena remisa, no habría excusa para llegar tarde a nada.
Si, por el contrario, tu jefe hace de la nueva normalidad un viejo truco, o si no hay posibilidad para hacer lo que haces más que estando ahí, en teoría tampoco deberías llegar tarde.
La puntualidad para el mexicano es una misteriosa carta de intención que se ve delatada con palabras de uso común que no expresan más que falta de claridad y el privilegio de posponer: “al ratito”, “10 minutitos”, “ahí mañana”, “híjole, te la debo”, “a la vuelta”.
Solo en sueños, podría uno llegar a tiempo aquí. No importa que no salgas de casa, habitando esta ciudad, tienes licencia para llegar tarde cuando quieras.
O el tiempo pasa volando, o es la percepción del vuelo en solitario, pero algo pasa y no parece haber suficiente respuesta colectiva. Nos importan más los espectáculos matutinos y su estridencia que el paso del tiempo hecho sexenio. Estamos locos.
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A gatas hemos llegado a lo que podemos nombrar “hoy”, y tal hazaña debe ser festejada como un logro marcado por la fiesta imposible de aplazar. Como mañana todavía no es hoy, atesóralo mientras dura: el principio filosófico de la impuntualidad.
Tras la desmañanada entre semana, se forma una tormenta tropical de remedios para una cabeza que duele, gira y jura que no volverá a pasar… hoy.
Los #10Minutitos serán #50 y más tarde un respetuoso #MeVale. Cuando suene el reloj, en efecto será en calidad de alarma.
Como llegar tarde aquí, en realidad es llegar “un poquito tarde”, resulta de utilidad guardar un listado de excusas por si acaso. Las marchas y bloqueos son excelentes opciones viendo que hay un reto abierto a ver quién las hace más multitudinarias.
También están los retenes y operativos: esos siempre funcionarán. Familiares enfermos no cabrían en un alma con decoro. La excusa revela una parte de la personalidad, aún para el impuntual.
La vida, al alcance de ese “ratito” que nadie sabe cuánto dura, es impuntual con nosotros. Mientras, el minuto es declarado como eternidad. Tal vez como inconsciente reto a la idea restrictiva del tiempo. El mal de la humanidad: la impuntualidad. El bien de la humanidad, la impuntualidad.
El tiempo, asumiendo que tal cosa existe, empezará a merecer su nombre una vez que deje de ser desperdiciado. Mientras eso sucede, por favor ni te apures en llegar tarde.