Considerada como uno de los siete pecados capitales (también conocidos como los pecados cardinales o los vicios capitales), la envidia es, junto a sus otros seis hermanos, de acuerdo a las enseñanzas cristianas, una de las faltas que todos los individuos (hombres y mujeres, por igual) ejercemos reiteradamente en forma repetitiva y habitual, lo que provoca que de manera individual nuestra conciencia se oscurezca.
Sin embargo, en una configuración meramente individual, vale la pena hacer diferenciaciones muy específicas con respecto a la envidia, toda vez que ésta es considerada un sentimiento o un estado mental a través del cual las personas experimentan dolor, desdicha, enojo o molestia por no poseer lo que los demás sí poseen. En líneas generales, la envidia es una pasión malsana que afecta más a quienes la experimentan que a aquellos que la despiertan.
Detrás de la envidia o que vamos a encontrar es, para empezar, una autoestima demasiado baja y vapuleada, porque los envidiosos, por principio de cuentas, son sujetos que desprecian, menosprecian, rechazan y subestiman los logros ajenos, incluso de aquellos a quienes aseguran amar. De hecho, la envidia casi siempre se presenta en el primer círculo de afectos de los que la padecen: Familiares, amigos, parejas y colegas.
Para entenderla, a la envidia, primero ubiquemos que ésta surge de los contextos de socialización más esenciales y que ésta no podemos identificarla como una reacción consciente o deliberada de la psique humana.
De hecho, se relaciona más que nada con la falta de aceptación propia que empuja a los seres humanos a competir y a compararse cotidiana y permanentemente con los demás.
De acuerdo a múltiples estudios científicos, lo que mejor caracteriza a los envidiosos es su deseo enfermizo por lo que tienen los demás y que éste no posee, y conforme este sentimiento se ejerce y se ratifica se va convirtiendo en un problema sumamente serio porque de la envidia se deriva una frustración irrefrenable que distorsiona loa deseos de las personas por disfrutar de su vida propia, la cual al carecer de méritos propios y logros cotidianos va generando una amargura gigantesca.
La envidia tiene varios rostros, pero todos son dañinos y nos conducen al aislamiento social. La podemos manifestar a través de comentarios irónicos, inventando chismes por el envidiado, desprestigiando al afectado esparciendo rumores infundados o llevando a cabo acciones imperdonables para lastimarlo(a).
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También podemos afectar sus posesiones materiales (una prenda de vestir, un libro, su automóvil, una maleta… cualquier cosa que nos puedan prestar) o criticando despiadadamente todo cuanto hacen.
Y si la envidia no se controla ésta puede llegar a niveles destructivos verdaderamente incontrolables, porque está demostrado que un sinfín de homicidios han sido cometidos por individuos envidiosos.
Por ello, no podemos pasar por alto que la envidia patológica es endémica de las personas narcisistas y también de los psicópatas.
Los envidiosos patológicos todo el tiempo se sienten amenazados y el éxito, angustia y la prosperidad de los demás les provocan una enorme angustia y eso los conduce a destruirlo todo, porque su pensamiento es sumamente simple: Si no puedo tenerlo, lo destruyo, para que no lo tenga nadie.
Por favor, no seas envidioso.