Al recobrar la movilidad por el término de la pandemia (lo que no quiere decir que debemos abandonar las medidas de prevención), también recuperamos eso que conocíamos como vacaciones.
Pocas industrias se vieron tan afectadas como la de la hospitalidad ante el parón del planeta y, en México, sus millones de empleos estuvieron en la cuerda floja frente a la incertidumbre de cuánto duraría el confinamiento, un veneno para un sector que se basa en la concentración de personas y su convivencia en espacios abiertos y cerrados.
Felizmente, y de acuerdo con todos los números oficiales, los hoteles se han recuperado a niveles anteriores a la emergencia y las temporadas vacacionales incluso han cambiado tanto, que es difícil distinguir cuál sigue siendo la alta y cuál la baja, a lo largo de un año en el que decidimos retornar a las playas, los pueblos mágicos y las capitales de los estados.
Es de esperarse que la demanda de empleos aumente en el sureste, donde a la joya de nuestra corona turística que es Cancún, se le sumen varios destinos de la península ubicados en Yucatán, Campeche, Chiapas y el resto de Quintana Roo, gracias a la puesta en marcha de los proyectos del Tren Maya y del aeropuerto de Tulum.
Sin embargo, lo que no ha variado mucho es nuestra exposición ante la delincuencia cuando salimos a descansar.
Redes sociales inundadas de autorretratos, fotos grupales, de suculentos platillos, puestas de sol, vistas de la luna y lugares para divertirse, llevan además datos precisos sobre dónde estamos en tiempo real, cuántos días vacacionamos y en qué parte del país se encuentra nuestro domicilio.
Por increíble que parezca todavía, en la era del ciberespacio, muchos conocidos siguen sin saber cómo enviar un mensaje directo y mandan instrucciones o detalles personales de manera abierta, para que todos nos enteremos a qué hora llega su vuelo y si el destinatario tiene tiempo de ir a recogerlos al aeropuerto.
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Cruzar esos datos para encontrar una dirección es tan fácil como hacerlo tomando una pieza olvidada de correspondencia o una etiqueta de los cientos de paquetes de mercancías que se entregan vía plataformas de comercio digital. Ya nos ocuparemos de las medidas de seguridad de cartas y cajas en una siguiente ocasión.
Hagamos la prueba con algún mensaje o foto de un conocido e imaginemos que, si fuimos capaces de saber con certeza cuántos días estará deshabitado el departamento o la casa de la persona y familia en cuestión, un delincuente entrenado para cometer un robo a un domicilio lo tendrá mucho más fácil.
Las recomendaciones para no regresar y recibir una mala sorpresa siguen siendo las mismas que las de antes del virus y da cierta alarma que las hayamos olvidado tan rápido, después de casi tres años encerrados. Recordémoslas entonces:
Nunca subir datos a ninguna red en el momento en que estamos ausente. Esto incluye el anuncio de la llegada al paraíso que elegimos, el número de días de estancia (¡nos vemos en una semana, mundo cruel!), y la puntual salida, con todo y despedida con foto del horizonte. Presumir las vacaciones al final, y no al principio, no altera en nada la envidia que provocan. Es puro conocimiento empírico, pero confíen en años de experiencia previniendo delitos.
Cerrar nuestras redes a gente que conocemos y es, espero, de confianza. Lo que hagamos público, que sea entre conocidos. Antes, revisemos nuestro acervo de contactos y eliminemos aquellos que son demasiado ocasionales, aunque nos ayudarán en su tiempo a fortalecer nuestra “ciberpopularidad”. Considerémoslo información “vip” y, si tenemos que mandar mensajes, verifiquemos que siempre sean directos.
Avisemos a vecinos y familiares que saldremos unos días, dejemos con ellos un juego de llaves y pidamos que puedan acudir a revisar que todo está bien en casa. Frente a la comprensible huída hacia el sol y el mar, o a las calles coloniales de alguna de las tantas hermosas ciudades que tiene México, habrá una o dos amistades que preferirán reconocer su lugar de residencia y quedarse. Cuando les toque a ellos salir, y a nosotros quedarnos, podemos devolver la cortesía.
No compartir nuestro correo con el primer promotor(a) que nos aborde con una oferta o lo pida a cambio de un servicio que suena espectacular. Lo mismo es para el teléfono celular. Utilizar ambos para una extorsión a distancia o engañar a alguien que sí está en nuestro hogar es un modus operandi de todo el año, no solo de la temporada de descanso.
Además, jamás abrir correos que no estén verificados con el hotel o el proveedor del servicio que acabamos de recibir en el sitio turístico. Antes de dar click a la supuesta factura, recibo o notificación, tomemos unos segundos para ver bien la dirección del correo y confirmar ahí mismo, por teléfono o en otro correo, que es un vínculo seguro. Prohibido queda mandar contraseñas, pines de seguridad o cualquier otro dato relacionado con nuestras cuentas.
Este agradable retorno al placer de ser turista nos ayuda mucho como sociedad y como economía, pero debe ser un regreso seguro, con lecciones de prevención bien aprendidas y con la firme tarea de erradicar estos riesgos que no solo amargan las semanas más esperadas del año, sino la seguridad en los espacios más íntimos y en las experiencias que deben ser inolvidables por felices y no por la amargura de abrirle la puerta, de par en par, a un delito