Una de las mayores responsabilidades que tiene el gobierno es procurar el bienestar y la salud de la población. En ese sentido, existen muchas investigaciones científicas para aumentar la producción de alimentos, pero ésta debe ser, ante todo, saludable.
Por eso, las autoridades mexicanas, acompañadas por la mayoría en el Congreso, han manifestado su preocupación por el maíz transgénico. Hasta ahora no hay pruebas contundentes de que ese grano básico de la nutrición de las personas en nuestro país sea bueno para su salud.
Por ello, el gobierno mexicano se opone a que los transgénicos formen parte de nuestra alimentación cotidiana.
No obstante, los intereses de empresas transnacionales, principalmente de productos conocidos como chatarra, buscan que sus mercancías sean consumidas masivamente en nuestro país, sin tomar en cuenta que pueden poner en riesgo a millones de personas que los compran de manera cotidiana.
En el centro del problema se encuentran niñas, niños y jóvenes quienes de manera cotidiana adquieren esos pseudo alimentos.
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Ciertamente, diversos acuerdos comerciales de los que México forma parte, en particular el que tenemos firmado con nuestros mayores socios comerciales, abren la posibilidad de que se importen granos transgénicos.
Sin embargo, conviene recordar que nuestra Nación es independiente y debe ejercer su soberanía para impedir que el maíz modificado genéticamente invada a las y los mexicanos, poniendo en posibles riesgos a quienes tengan que adquirirlos.
En tanto no existan suficientes evidencias científicas sobre sus bondades alimenticias y la pertinencia de que se ofrezcan en el mercado mexicano deberá evitarse el comercio de ese producto.
Ante esa situación deben agotarse todas las vías de negociación entre México y Estados Unidos y tomarse en cuenta las advertencias de médicos y especialistas para proteger la salud de las y los mexicanos, más allá de las consideraciones que hagan las empresas que únicamente están buscando su beneficio económico.