Opinión

Construir Finlandia

Bandera en Ciudad de México. (Cortesía)
Bandera en Ciudad de México. (Cortesía)

Desde hace más de una década, y cada vez con mayor intensidad en víspera de elecciones, cuando se habla sobre el país que queremos (y lo que se debe exigir a gobiernos y sociedades) es común escuchar en México que “ahorita no hay tiempo para construir Finlandia”: un triste llamado a atenuar las expectativas, provocando que las campañas electorales transcurran sumidas en la mediocridad y alumbren gobiernos igualmente mediocres. Eso debe cambiar ya.

Quienes afirman que no es momento de “construir Finlandia” suelen ser intelectuales, pragmáticos, bien informados (los menos) y votantes omisos, simplones (los más); los primeros buscan con ello mantener interesados en los procesos democráticos, a los segundos, haciéndoselos más transitables; los segundos buscan reducir al mínimo su responsabilidad cívica, así sea a costa de su bienestar futuro; y ambos forman una mancuerna discursiva que entorpece las dinámicas sociales necesarias para corregir el rumbo.

Enfrentar el momento que vivimos como país desde la comodidad de decirnos que no podemos ser Finlandia, y renunciando (por extensión) a trabajar para ser algo mucho mejor de lo que somos ahora, es condenarnos a seguir hundiéndonos en el lodo.

Quienes se refugian en esa noción simplona de “ahorita no podemos construir Finlandia” para eludir sus deberes cívicos, fingen ignorar que esa jamás ha sido la intención de quienes llamamos a exigir más y aportar más, para mejorar la vida pública de este país: nadie los ha convocado a convertirnos en Finlandia, y menos partiendo de lo que somos hoy; la convocatoria es a construir un México que no dé pena, que no dé asco y que no dé miedo. Si esto también es mucho pedir, entonces que el último apague la luz y cierre con llave: vámonos todos.

Hay que decirnos justo lo contrario: que exigir un país seguro, con salud y educación de calidad, conectado con el mundo, es lo mínimo aceptable; que salir para encontrarnos en el espacio público, no debe ser un riesgo; que formar filas por horas para obtener un bien o servicio, no es normal. Hoy, de cara a la elección de 2024, esta debe ser al mismo tiempo nuestra exigencia y convocatoria: ser mucho mejores de lo que hoy somos como nación.

Quien suponga que eso no es posible, y necesite ejemplos muy cercanos para empezar a creer, que mire a mi estado, Querétaro. Aquí nadie esperó a un “salvador” para entonces ponerse a trabajar; aquí nadie creyó que tener una sociedad instruida era mucho pedir; aquí nadie renunció a vivir mejor, porque algún acomplejado le dijo que eso no era posible en México.

Después de 30 años de trabajo, hoy Querétaro es la entidad mexicana con mayor apego al estado de derecho; tiene el nivel más alto de paz positiva del país, y su sistema de justicia penal es ejemplo internacional; cuenta con más de cien instituciones de educación superior, entre ellas la Universidad Nacional Aeronáutica y un campus de la Universidad de Arkansas; y cada día, en promedio, recibe a 120 nuevos habitantes que se suman a una sociedad ordenada, solidaria y dinámica. En Querétaro sí se pudo.

Ya basta, pues, de eludir los deberes cívicos avalando perfiles, campañas y propuestas mediocres a nivel federal; en la elección de 2024 nos jugamos el resto del siglo como país, y el desenlace depende mucho más de nuestra exigencia y aporte como ciudadanos, que del membrete o cara que resulte triunfador.

CAMPANILLEO

Para progresar primero hay que SER; luego, HACER; al final, TENER. Muchos mexicanos lo intentan al revés... y así les va.

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