No perdamos el enfoque, tanto la población mexicana, como los integrantes dedicados a construir la paz y garantizar una mejor seguridad somos más que cualquier organización criminal.
El problema no es, aproximadamente, cuántos son los miembros del crimen, sino cuántos pueden dejar de considerar su oferta y cuántos ni siquiera la considerarían, porque tienen las oportunidades que necesitan para vivir mejor y conforme a la ley.
Cometer un delito es una decisión, primordialmente, impulsada por la necesidad. No lo olvidemos: un criminal se hace, no nace. Y en esa lógica, ninguna región, municipio o vecindario en el país produce personas que desean convertirse en delincuentes. Esa visión simplista solo ayuda a quienes buscan afectarnos.
Más que distraernos con estimaciones sobre cuántos integrantes podrían tener los principales grupos de la delincuencia, lo que nos corresponde como ciudadanos es organizarnos mejor para prevenir, denunciar y adoptar comportamientos que hagan inútil el tratar de ganarse la vida a través de la violencia.
Lo que sufrimos es un deterioro del tejido social –que no ocurrió ayer- y apenas estamos reconstruyendo con mucho esfuerzo, voluntad y compromiso, de miles de mexicanas y de mexicanos que están trabajando de sol a sol para recobrar la confianza de la sociedad para que ningún criminal goce de impunidad.
La frase “los buenos somos más” no puede convertirse en un lugar común, tenemos que hacer pesar esa superioridad numérica para que recuperemos la tranquilidad en nuestros vecindarios y eso se logra si estamos dispuestos a ser una sociedad corresponsable, porque ningún gobierno puede solo, pero tampoco lo puede lograr solamente la ciudadanía.
Con un esfuerzo colosal, los índices delictivos han pasado de un estancamiento (no subían, pero tampoco se reducían) a una tendencia a la baja en la mayor parte del país. Claro que esta afirmación contrasta con la información que recibimos todos los días de fuentes confiables, y es peor cuando viene de noticias falsas o rumores en las redes sociales; sin embargo, la paz se está recuperando gracias a que se está restaurando la confianza social, no solo la que se refiere a las instituciones.
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Los números a los que debemos poner más atención es a los de los que pensamos que podemos restaurar las condiciones en las que podemos salir a las calles sintiéndonos seguros. Si una joven, un joven, pueden ocupar el espacio público al que tiene derecho, sin miedo a que nadie los lastime, entonces estamos cumpliendo con el papel que tenemos en una sociedad que, estoy seguro, está convencida de que el único camino para prosperar es erradicar la violencia.
Alcanzar la plena seguridad demanda que sigamos atendiendo las causas que impulsan a una persona a arriesgarlo todo, la vida, la libertad, para obtener el dinero que necesita para alimentar a su familia y a sí mismo. Si hay posibilidades de estudiar, de trabajar, de establecer un pequeño negocio, de sembrar la tierra, de criar animales, entonces no hace falta buscar cómo romper la ley para estar mejor.
Presentar a la delincuencia como una industria gigantesca que rivaliza con cualquier gran compañía que opera dentro de la ley es distorsionar la manera en la que actúa la delincuencia, porque hablamos de una estructura piramidal, en la que los lugares de arriba ya están apartados y en la base se encuentran jóvenes sin experiencia que son sacrificados sin ninguna contemplación, porque en apariencia hay más intentando formar parte de la organización, deslumbrados por una falsa expectativa de dinero rápido y de lujos baratos. No hay prestaciones, contrato, seguro, ni bonos. Es, apenas, una actividad temporal de alto riesgo que deja un poco más que otros empleos temporales. Esa es la realidad que, las y los ciudadanos, debemos conocer y después transmitir a los más jóvenes.
Juntos, tenemos la obligación de desmontar la narrativa del crimen. Predicar con el ejemplo que actuar con honradez, con principios, no es rendirse o someterse. Nuestra naturaleza no es la picardía, ni los atajos a las normas; somos una sociedad de valores, de respeto y de tolerancia. Así nos conducimos la mayoría diariamente y así debemos continuar. La solución al problema de la inseguridad es la buena organización social y la comunicación de una verdad: quienes eligen una conducta en contra de la sociedad siempre han sido, y serán, una minoría que puede ser eclipsada por el resto.