“Que la guerra no me sea indiferente. Es un monstruo grande y pisa fuerte. Toda la pobre inocencia de la gente”, dice la letra de la famosa canción de León Gieco, Solo le pido a Dios.
Y es verdad, no podemos ser indiferentes ante las guerras que sacuden tanto a Ucrania como a Franja de Gaza. No importa el número de muertos en ambos enfrentamientos cuando hablamos de seremos humanos.
Ninguna o ninguno de los que han fallecido en ambas guerras pidieron morir de esa forma; presas del odio, de la aberración, de la soberbia y de la ambición por el poder.
Las guerras solo muestran el lado negativo de quienes rompen con la paz, no de la humanidad, porque la humanidad en sí misma no quiere la guerra, quiere la paz. Son unos cuantos hombres los que buscan a través de las armas imponer su voluntad.
La guerra nos enseña lo que el odio, el rencor y la venganza, hacen en los corazones de mujeres y hombres. Las guerras nos deshumanizan como seres humanos.
Quienes hacen uso del terrorismo, de la tortura, de la muerte, para imponer su verdad están muy alejados del amor, porque aunque suene cursi, quien tiene amor y paz en su corazón, no piensa en la destrucción del otro, por el contrario, construye y lleva esperanza.
Quienes no se pronuncian en contra de las guerras, es porque simpatizan con el autoritarismo, las dictaduras, la imposición, el miedo y el terror. En las guerras no cabe la tibieza.
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“Solo le pido a Dios. Que la guerra no me sea indiferente. Es un monstruo grande y pisa fuerte. Toda la pobre inocencia de la gente”, dice la canción.
Vaya que si es un mounstro grande que pisa fuerte, tan solo en lo que va de la guerra en Gaza, al menos 900 personas han muerto, y más de cuatro mil 600 heridos, según cifras oficiales de Israel.
El ataque en Gaza no solo cambió de un momento para otro la cotidianidad en Israel y Palestina, sino en todo el mundo, no solo por los ciudadanos de otras naciones que se encuentran en el lugar de los hechos, sino porque representa un golpe a la humanidad, a la estabilidad y a la paz mundial.
Hoy como nunca queridos lectores, quiero invitarlos a que seamos constructores de paz, a que la guerra no nos sea indiferente, a que sea la bondad y el amor lo que nos mueva. Porque las guerras comienzan en los corazones de los hombres y las mujeres, luego en su pensamiento, para después convertirse en realidad.
Ser constructores de paz no solo nos hace libres y humanos, sino que nos abre las puertas de la felicidad, de la armonía y del amor. Solo le pido a Dios. Que la guerra no nos sea indiferente.