Opinión

Recordar lo invisible

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FOTO: GALO CAÑAS/CUARTOSCURO.COM

Para leer con: «Everyday is Like Sunday», de Morrissey

Podía sentirse en el ambiente. El temor fundado iba y venía como cepa variante con tanto vuelo, como la incertidumbre o la confianza lo dictaran. Olvidamos el cubrebocas como prenda de vestir y en ocasiones viene el bouquet noticioso de un virus que sale de control. Lo tosemos con el poder de la siguiente noticia política. Guardamos todo, menos distancia social.

Los edificios de oficinas retoman su destino godín a regañadientes. Así hemos olvidado el molesto gel antibacterial y las manos han vuelto a recuperar su suavidad. Ha quedado clara la contundencia del abrazo y la magia del apretón de manos cuando antes se hacía por costumbre y se nos prohibió de tajo. Lo creímos aunque la vista lo desacreditaba: el mundo estaba allá afuera, pareciendo tan inocuo, extrañándonos del todo. Y ahora estamos donde creímos no volver.

Los hospitales y sus oleadas de ocupación regresaron a hacer lo que sabíamos de ellos. La utopía de tocar lo menos posible todo el tiempo ha sido trascendida. El home office aburrió, incapacitó y dividió a las empresas que creían en la distancia de las que profesan la supervisión. La política de emergencia nacional se ignoró, como ahora se olvida la cantidad de muertos que se pudo evitar. Increíbles disparates y medidas improvisadas con un —nada honroso—liderazgo en decesos y contagios, aún partiendo de alarmantes cifras gubernamentales.

Las fiestas de los vecinos hicieron replantear el significado de los conceptos “timorato” y “resiliente”. Todos contaron una historia de terror cercana, sin importar si se cuentan dentro de los millones de infectados. Los absurdos fantasiosos se mantienen vivos a la fecha con una demagogia protagonista puesta en la vacuna “Patria” que como varias promesas, se ha quedado solo ahí: en el aire. La fatiga del personal médico de primera línea no se olvida.

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Tendría que seguir siendo reconocida. Los niños requerían amparos para ser vacunados, luego de que una variante los atacaba de manera mucho más frontal. Como otro signo del portafolios de contradicciones, las mascarillas fluctuaban entre los 10 y los 900 pesos. Un nuevo trastorno obsesivo compulsivo se incorporaba al álbum de la colección: limpiar y desinfectar.

El estornudo o tosido en público se castigaba a golpes como protocolo ciudadano. El puñado de médicos que se atrevieron a retratar la situación que experimentaban —y por lo cual fueron castigados— también fueron silenciados. La aspiración viral de los contenidos sociales obedeció —por primera vez— a retratar la histeria nunca imaginada. Una palabra tan inocente y hasta bonita como “Covid” se volvió un entuerto económico y social.

Hablar en público lo era solo si se hacía por Zoom, Webex o Teams. Pero la memoria es corta y ya pocos recuerdan lo invisible.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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