Los actos violentos no tienen código postal. Ocurren en las zonas residenciales, igual que en las consideradas populares. No es una cuestión de origen, como sí lo es de educación, valores y principios. Si queremos erradicar la violencia, debemos comenzar por nosotros mismos y por nuestros hogares.
Falla un sistema de acceso a un fraccionamiento y la reacción de un joven en Puebla es golpear a un guardia de seguridad privada. Cuenta con malos ejemplos cercanos, un video antiguo muestra a su madre golpeando a otra mujer y las denuncias de agresión se suman en el caso del padre.
No dudo que la familia se vea a sí misma con normalidad. Incluso, convencidos de que están del lado de los “buenos” mexicanos. Tienen algunas señales, que se interpretan de manera equivocada, pero que en apariencia cubren el requisito de moralidad: situación económica estable, acceso a educación privada, vivienda residencial. Gente, presumiblemente, “de bien”.
Sin embargo, los estratos sociales -que hemos definido entre todos- son categorías difusas y enfocadas en estereotipos, más que en conductas adecuadas. El ejemplo reciente en Angelópolis lo confirma.
Abusar de alguien a quien ubicas en una posición de debilidad es una mala emoción, pero debe ser adictiva, porque engancha a muchas personas que se llenan de esos símbolos que comunican una superioridad material, aunque sea proporcional a la pobreza moral absoluta.
Quienes tienen (tenemos) más y mejores oportunidades, estamos obligados a comportarnos con mayor responsabilidad y probidad. Predicar con el ejemplo es un reflejo de la educación y de la integridad personales. Y es un patrón de conducta que nos define y define a las familias que formamos.
La mayoría de la sociedad mexicana está harta de estas escenas y su rechazo es un factor importante para construir la paz alrededor de otros comportamientos ciudadanos que no estén sujetos al nivel aparente de ingreso o a la exhibición de lujos baratos.
PUBLICIDAD
Podemos volvernos una sociedad que se mida por el respeto, la tolerancia y la solidaridad. Sin que importe mucho la ubicación de nuestro vecindario, porque no hay “barrios bravos”, solo por estar localizados en ciertas colonias; ni campean la prepotencia y los privilegios en otros lugares por registrar una renta distinta.
Somo una sola sociedad y las virtudes y los defectos circulan por igual hacia los lados, que “arriba” o “abajo”. Lo importante es elevar nuestra conducta y guiarla hacia el beneficio común. La violencia nunca es un recurso y jamás debemos tolerarla, venga de donde venga.
Resolver cualquier molestia o inconformidad con agresiones es lo que nos tiene del lado de las causas que ocasionan la delincuencia, no frente a ellas. Y así, nos tardaremos más en desmontar al crimen organizado, que debe vernos con cierto asombro, pero con total satisfacción, cuando decidimos salirnos de nuestras casillas con cualquier pretexto y atacarnos entre nosotros.
Defender derechos y principios no está relacionado con hechos de violencia. Una sociedad inteligente es una sociedad pacífica. Y con esa idea debemos educar a hij@s y a niet@s.
Nadie es más porque tenga una situación más desahogada que otro. Pero, contar con más recursos materiales, tampoco brinda educación inmediata.
Estos casos, son una oportunidad para abrir el diálogo y buscar establecer códigos morales y de comportamiento distintos. No es defendernos de los demás, porque con esa idea implícitamente estamos desconfiando y la mayor ventaja que tiene el delincuente sobre nosotros es la división.
Empecemos con cambios sencillos: conducir un automóvil con respeto, beber alcohol con moderación, actuar con humildad y educación, hablar sin discutir, ayudar en lugar de abusar.
Si lo practicamos varias veces al día, estaremos pronto ante una realidad distinta. Esa es la que la violencia no tiene espacio y, mucho menos, la prepotencia.