Por Norma Magaña R.
Hace tiempo iba camino de mi clase de Quilt cuando la llamada de Yolanda interrumpió las risas de mis amigas: ¡Mi marido ha muerto!
¡Cómo, no entiendo! Repliqué.
Anoche volvió del trabajo muy cansado, me pidió llevarlo al hospital, ingresó a Urgencias y al rato el doctor salió a decirme que lo sentía mucho: “¡Infarto masivo!”
No tenía ni 60 años, no cursaba ninguna enfermedad, era un hombre productivo, amable como pocos, amoroso esposo y magnifico padre.
Me quedé muda, no atiné a decirle palabras desde mi formación como tanatóloga, pues nos conocemos desde la cuna, sólo pude expresarle el gran cariño que le tengo, y que podía contar conmigo en todo. Me di cuenta que su mundo se caía a pedazos; estaba destrozada, sin saber a quién acudir (fui la primera a quien llamó después de comunicárselo a sus hijos), percibí su sensación de abandono, su desesperación por la vida soñada que se le escapaba de las manos, cual agua de manantial.
La tristeza la ahogaba, pero sacó fuerzas de flaqueza para ser fuerte y sostener a sus hijos emocionalmente, mudar su lugar de residencia, realizar viajes inevitables por trámites inacabables, cobraron un alto precio, su salud se deterioró dramáticamente. Ni tiempo para deprimirse.
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Siendo muy creyente, se puso en manos de Dios, sólo su fe y el oportuno apoyo tanatológico lograron sostenerla para atravesar las etapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión y finalmente aceptación. Su duelo fue profundo, intenso, habían construido una hermosa familia y tenían grandes sueños por cumplir, costó demasiado aceptar su prematura pérdida, de repente sentirse sola, aún con personas a su alrededor, aceptar la vida sin él requirió un enfuerzo titánico y desarrollar una gran fortaleza, así como también comprender que todo el amor que brindo, fue altamente correspondido; ha ido aprendiendo a vivir con los gratos recuerdos acumulados durante más de 3 décadas, apreciando las enseñanzas compartidas y el perenne acompañamiento de su esposo, a quien percibe muy cerca de ella.
Quedar viuda o viudo, no es sólo la perdida de la pareja, el trato familiar cambia, el entorno social se transforma, la estabilidad económica se tambalea, el respaldo, cuidado y contención compartida en pareja, desaparece, ya nada será igual.
Aunque, los trámites burocráticos, le generaron cansancio y estrés mayúsculo; de no haber contado con el apoyo de sus hijos, amistades cercanas, familia política, asesoría especializada, su desgaste habría sido mayor. Ha influido de manera importante el acompañamiento tanatológico que sigue vigente.
Yo la acompañé un trecho, dándole un nuevo significado al honrar su diaria convivencia, deconstruyendo algunas pertenencias cada una tenía una historia que contar, los gratos recuerdos, el agradecimiento por lo construido, surgió orgánicamente y ahí fuimos hilando momentos, así semana a semana, despacio, aparecieron breves sonrisas en su carita, sus memorias estimulaban nuevos recuerdos. Reconstruyendo un pasado que seguirá vigente en agradecimiento.
Si requieres apoyo para atravesar tu duelo, en C7 Salud Mental, te acompañamos a honrar su paso por tu vida.
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