En principio, conviene establecer que cualquier esfuerzo para mejorar la educación de nuestros niños y jóvenes debe reconocerse. Sin embargo, también hay que admitir que la prueba PISA, elaborada y aplicada por la OCDE en los países que integran esa organización, debiera tomar en cuenta diversos factores.
Entre otros, el grado de desarrollo de los lugares en donde se aplica y, por supuesto, cuestiones coyunturales, como ocurrió en el 2020, que fue un año atípico a nivel mundial como consecuencia de la pandemia del covid-19.
El nivel de desarrollo es una cuestión importante, toda vez que en la OCDE participan naciones muy diversas como, por ejemplo, Estados Unidos, Japón, Alemania, Italia o Francia, que evidentemente tienen una economía por encima de la nuestra. De esta forma, los resultados entre países pudieran ser incomparables entre un país como el nuestro y los otros.
Por otra parte, habría que tomar en cuenta que en México estudian millones de niños y jóvenes, y que el estudio PISA solo es una encuesta que evalúa solo entre 4,500 y 10,000 personas de 15 años. Sus resultados tampoco toman en cuenta las diferencias regionales o las condiciones de desigualdad que existen en México y que sin duda representan el mayor reto que tenemos por delante.
El covid-19, como lo han señalado las autoridades educativas, fue un elemento que sin duda también debe tomarse en cuenta. Durante un largo periodo, las escuelas de todos los niveles tuvieron que suspender sus actividades, aunque hubo clases a distancia a través de internet y otros medios.
Aun así, se perdió un tiempo importante en la formación de niños y jóvenes que ahora se busca recuperar para elevar la calidad educativa y cerrar la brecha de desigualdad interna, para que todas y todos los mexicanos puedan competir en mejores circunstancias a nivel internacional.