Los resultados de la 28.ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28), realizada en Dubái, Emiratos Árabes Unidos, generaron múltiples reacciones. En el acuerdo final anunciado el 13 de diciembre, después de prolongadas negociaciones, las 198 partes en la cumbre acordaron un texto que pide una transición de los combustibles fósiles “en los sistemas energéticos, de una manera justa, ordenada y equitativa”.
Esto significa que por primera vez se acordó avanzar hacia la reducción en el consumo de carbón, petróleo y gas natural, que son las principales causas del calentamiento global. Además, se convino triplicar la capacidad de energía renovable y duplicar las mejoras de eficiencia energética para 2030. La lista también incluye esfuerzos hacia la eliminación gradual de los subsidios ineficientes a los combustibles fósiles y otras medidas. Sin embargo, dado que no se logró profundizar en los detalles —por ejemplo, sobre los mecanismos de aplicación—, y el lenguaje sobre la financiación climática es acotado, su impacto es incierto.
Las opiniones sobre estos resultados son contrastantes. Algunas consideran que se trató de una cumbre histórica, por el consenso obtenido para acelerar las acciones climáticas con miras a alcanzar la neutralidad en las emisiones de carbono en 2050. Otras señalan que es “el comienzo del fin de la era de los combustibles fósiles”, a pesar de que el texto no habla de la eliminación gradual de los hidrocarburos, una preocupación generalizada, aunque fue una “línea roja” para algunos países durante la negociación.
A pesar de este llamado, es probable que los combustibles fósiles sigan siendo parte de la principales fuentes de energía durante las próximas décadas. Incluso los pronósticos optimistas sugieren un papel sustancial para el petróleo y el gas, equilibrado por tecnologías que eliminen sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Y aunque ha habido avances importantes en materia de energía limpia, es poco probable que los desplacen por completo hacia 2050.
El desafío es mayúsculo, pues la ciencia prueba que las emisiones mundiales de GEI deben reducirse un 43 % para 2030, en comparación con los niveles de 2019, para limitar el calentamiento global a 1.5 °C, tal y como se estableció en el Acuerdo de París. Sin embargo, las partes están lejos de las metas climáticas. Inclusive, si se llegaran a cumplir todos los aspectos de los planes actuales de los países, las reducciones de emisiones en 2030 serían de solo el 5 %, lo que pone al mundo en camino hacia un aumento de entre 2.1 °C y 2.8 °C, en el mejor de los escenarios.
Por eso este acuerdo global es solo un paso. Otro, mucho más grande y difícil, será traducir las palabras en acciones. Al ser parte de estos compromisos, México coincide con la necesidad de avanzar hacia la expansión de las energías renovables. El Plan Sonora, que constituye la primera fase de un conjunto de acciones para impulsar una verdadera transición energética, es el punto de partida.
De manera complementaria, será importante diseñar una reducción planificada del consumo de combustibles fósiles, para cumplir con las metas planteadas en la COP28. En México, alrededor del 70 % de las emisiones que generan el cambio climático están relacionadas con estos combustibles fósiles, con el 40 % de ellos asociados al sector transporte y el 35 % al sector eléctrico.
Existe una oportunidad extraordinaria para atraer nuevas inversiones en ambos sectores en el marco del nearshoring, y detonar el desarrollo del país con un enfoque en la sostenibilidad. Ello nos permitirá asegurar que la transición energética sea justa y equitativa.