El pasado domingo, la toma de posesión del presidente de Guatemala, Bernardo Arévalo, sufrió un peligroso retraso orquestado por legisladores opositores a él, quienes intentaron reventar la ceremonia para impedir el traspaso del mando. Al final de la jornada y después de 12 horas de incertidumbre jurídica, los guatemaltecos contaron con un nuevo presidente, ese al que eligió más del 60% de los votantes.
Antes de eso el presidente electo Arévalo y su partido, Movimiento Semilla, habían sufrido acoso jurídico y político, y su rival en la elección, Sandra Torres, se había negado a reconocer los resultados electorales. Ahora, ya presidente, Arévalo tiene por delante el enorme reto de gobernar con un congreso en el que no tiene mayoría, y que buscará inmovilizarlo. Toda una odisea.
Sirva el caso de nuestros vecinos del sur para prever lo que nos espera en México este año: el presidente saliente, un tipo berrinchudo que jamás ha reconocido una derrota electoral, y los grupos de poder cuyos intereses representa, no van a reconocer su eventual derrota en las urnas el 2 de junio; harán todo lo posible por invalidar el proceso electoral, por ensuciar la discusión pública en torno a él, y por impedir el día 1o de octubre que la nueva presidente tome posesión del cargo.
No especulo: es un hecho que viviremos días muy agitados entre la jornada electoral y la toma de posesión de la nueva presidente; serán cuatro meses de incertidumbre política, jurídica, económica y social. Ni el Licenciado López ni sus socios bolivarianos son buenos perdedores: el primero por taras personales y los segundos por cálculo político; ambos suelen inconformarse con sus derrotas y tratan de revertirlas, o aminorarlas, a través de la amenaza de reventarlo todo. El plantón de reforma en México durante 2006, y los múltiples casos sudamericanos en que a la derrota de los gobiernos bolivarianos ha seguido un período de inestabilidad, son prueba de ello.
Cada ciudadano mexicano interesado en terminar con la destrucción que representan los gobiernos de #morena, debe considerar que su esfuerzo cívico no se limitará a emitir su voto en contra del régimen, y no terminará en la jornada electoral de junio: vamos hacia un auténtico choque de trenes, y su resultado va a definir a México por al menos medio siglo. Casi todos en el país, y muchos fuera de él, nos jugamos mucho en esta elección, y quienes más conscientes están de ello son los operadores del régimen, por lo que tratarán de retener el poder a cualquier costo. Repito: a cualquier costo.
Sí: hay que hacer una gran campaña electoral. Sí: hay que hacer ganar a la oposición con una votación masiva. Sí: hay que vigilar el voto durante la jornada electoral. Pero además de todo eso, los mexicanos debemos trabajar desde hoy para defender el resultado de la elección, y las leyes e instituciones que lo rigen, hasta cumplir con la instalación de la nueva legislatura y la toma de posesión del nuevo gobierno federal. Sólo entonces podremos decir que hemos triunfado.
Esta carrera cívica que los mexicanos estamos corriendo tiene una escala importantísima el día 2 de junio, así como otra el 18 de febrero y las que surjan en los días por venir, pero nuestra meta está en el amanecer del día 2 de octubre, cuando habremos logrado, efectivamente, lo que estamos buscando: un cambio de gobierno.
CAMPANILLEO
Si Arévalo, con 60% del voto, enfrentó un intento legislativo de golpe de estado... ¿qué podría esperar quien gane en México con un margen del 3%?