Por DZ
El gurú y el discípulo estaban departiendo sobre cuestiones místicas.
El maestro concluyó con la entrevista diciéndole:
–Todo lo que existe es Dios.
El discípulo no entendió la verdadera naturaleza de las palabras de su mentor. Salió de la casa y comenzó a caminar por una callejuela. De súbito, vio frente a él un elefante que venía en dirección contraria, ocupando toda la calle. El jovencito que conducía al animal, gritó avisando:
–¡Eh, oiga, apártese, déjenos pasar!
Pero el discípulo, inmutable, se dijo: “Yo soy Dios y el elefante es Dios, así que ¿cómo puede tener miedo Dios de sí mismo? Razonando de este modo evitó apartarse. El elefante llegó hasta él, lo agarró con la trompa y lo lanzó al tejado de una casa, rompiéndole varios huesos.
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Semanas después, repuesto de sus heridas, el discípulo acudió al mentor y se lamentó de lo sucedido. El gurú replicó:
–De acuerdo, tú eres Dios y el elefante es Dios. Pero Dios, en la forma del muchacho que conducía el elefante, te avisó para que dejaras el paso libre. ¿Por qué no hiciste caso de la advertencia de Dios?
De la narrativa popular árabe
Los introyectos son estas ideas locas que nos tragamos sin cuestionar. Seguimos construyendo ideas sobre como alguien más resolverá nuestros conflictos, nuestras aflicciones, el daño al planeta, las guerras, el dolor, etc. Sin duda una vida espiritual rica, nos sostiene, un cuidado del cuerpo mantiene viva esa fe y nuestra salud, un trabajo emocional profundo desarrolla una capacidad para resolver los nudos, para generar herramientas y sobre todo para impulsar la psique a seguir estudiando, preparándose, cuestionándose y desde ahí transformar las experiencias en algo más, para después colocarlas al servicio.
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