La gran renuncia

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Foto: (Especial)

Sonaba bien. Apartados de las oficinas, para evitar el contagio de un nuevo virus, millones de trabajadores y profesionistas de todo tipo en el planeta podían laborar desde su domicilio o desde cualquier parte en la que hubiera conexión a internet. Las plataformas de videoconferencias explotaron y se introdujeron en habitaciones, comedores, rincones iluminados, terrazas y hasta automóviles para atender las diferentes tareas que demanda la vida laboral.

Fue tal el cambio que muchas empresas comenzaron a renunciar a las rentas de pisos de oficinas o a calcular la pertinencia de quedarse con las que eran de su propiedad, ante un entorno que la pandemia había modificado por completo. La productividad no solo no declinaba, sino que iba en ascenso y, a cambio de asistir virtualmente a juntas y reuniones de planeación con una comodidad nunca vista, los empleadores podían enviar correos y mensajes a la medianoche, sin sentirse demasiado culpables. ¿El trabajador había estado en su casa todo el día, cierto?

La aparente revolución del teletrabajo trajo incluso nuevas leyes y disposiciones que deben observarse y muchos profesionistas defendieron el nuevo espacio ganado rehusándose a regresar a cubículos y a cuartos, por muy buena vista que tuvieran. La sola idea de volver al tráfico o al transporte público era suficiente para considerar la renuncia. Y esa ola expansiva de empoderamiento laboral inició un fenómeno en el que, de un momento a otro, habría salidas masivas y voluntarias de personas que buscaban otra forma de trabajar con la calidad de vida que nos había permitido la emergencia sanitaria del siglo.

Dos años duró esta política de trabajo ideal, ya que al tercero la totalidad de las oficinas públicas retornaron a sus espacios corporativos, mientras que la iniciativa privada (siempre lucidora de políticas de empleo más atractivas) permitía un regreso mixto, opcional, privilegiando la dinámica de lo remoto, a pesar del nerviosismo de gerentes y directivos que comenzaron a quejarse de la libertad provocada por el aislamiento.

Había razones, pero creo que no eran demasiadas. Trabajadores que aparecían vestidos con formalidad de la cintura para arriba, copas de vino ocultas tras los monitores, trampas a las aplicaciones de control de asistencia para ir a pasear al animal de compañía o atender a los hijos. Y, la peor de todas para algunas compañías, la sospecha de que la gente disfrutaba más trabajando así.

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Bueno, de acuerdo con varios especialistas y medios de negocios, 2024 sería el año en el que regresamos al esquema presencial, porque no hubo ninguna “gran renuncia”, ni existe algún incentivo para seguir ofreciendo semanas partidas en días de oficina y días en casa. Además, parece que también retornan los líderes tiránicos, enfocados en los resultados, las “horas asiento” y los reportes de última hora.

Anthony Klotz, el reconocido economista que primero advirtió sobre la posible renuncia masiva de trabajadores al no hallar compatibilidad entre su vida profesional y personal podría presenciar el derrumbe del fenómeno que anticipó, frente a la posición de la mayoría de las grandes empresas globales de los Estados Unidos, las cuales dieron la orden de regresar a los edificios tiempo completo desde el año pasado. La caída de beneficios en algunas de ellas y mercados que han tomado otros comportamientos han empujado a las direcciones generales a retomar la vida (si es que así puede llamarse) de oficina.

La tendencia ya no es la negociación trabajador-empresa, sino la inclinación de la balanza corporativa a favor de los patrones que han visto desaparecer la amenaza de las renuncias como una ventaja del profesionista. Si bien la incertidumbre o la falta de empleo no son factores en nuestro vecino del norte, ni en ningún país de América del Norte, otras naciones desarrolladas han visto un descenso en los puestos de trabajo y un deterioro en el ingreso promedio, lo que hace que nadie piense en salir de la nómina si no tiene otra oferta.

Aunque para los accionistas sea atractivo regresar a la figura del líder todopoderoso, pienso que en el largo plazo será un error. Ejemplos como el de Sam Bankman-Fried (quien todavía aparece como “emprendedor”, a pesar de ser uno de los fraudes más grandes de la “nueva economía” de las criptomonedas) restan credibilidad al perfil. El comportamiento de otros grandes empresarios tampoco ayuda mucho, sobre todo cuando estamos en un cambio de época hacia un modelo económico que reclama igualdad y menos concentración.

Creo que surgirán nuevamente los movimientos de trabajadores que iniciarán un nuevo tipo de unidad, ya sea sindical o de otras formas, para tratar de crear ese equilibrio entre la vida personal y la vida profesional. Simplemente, porque pudimos comprobar que era posible.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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