Peter Higgs, premio Nobel de física, era ateo y por eso siempre le desagradó el nombre popular que le dieron a su descubrimiento, por el cual fue galardonado y famoso: “la partícula de Dios”. En 1964, el científico británico escribió por primera vez acerca de su teoría sobre una partícula que podía existir y no se conocía, pero creaba otras a partir de la creación de masa por su interacción en un campo magnético (espero haberlo resumido, más o menos, bien). Aunque su hipótesis fue rechazada al principio, una nueva publicación, sumada a las investigaciones de sus colegas François Englert y Robert Brout, hicieron posible pensar en esa posibilidad. Solo que replicar la teoría era un experimento casi impensable por su costo y dificultades.
No obstante, cuando nos lo proponemos, lo humanos podemos hacer posible lo que se cree que no lo es. Puede que nuestra curiosidad sea tan grande que nos arrastra a tratar de descubrir hasta el mínimo detalle sobre nuestro origen; tal vez, para así intentar conocer nuestro destino. Higgs aseguraba que había pensado durante un fin de semana acerca de su teoría y esperó a que llegara el lunes para estar en su oficina y desarrollarla. Para haber recibido un golpe de inspiración que podría considerarse único, el laureado físico era un hombre bastante controlado.
Sus ideas fueron tan atractivas que durante casi treinta años se intentó producirlas en los hechos, haciendo chocar partículas para poder visualizar el “bosón de Higgs”. En 2012, en la famosa y compleja instalación de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN), con dos experimentos en el llamado “Gran Colisionador de Hadrones”, los científicos pudieron confirmar la existencia de la tercera partícula y su importancia en la creación de las demás que dan forma al universo y a nosotros. Al año siguiente, con justicia, Higgs y Englert recibieron el premio Nobel de física.
Desde entonces, nuestra comprensión del sitio que ocupamos en este mar de galaxias ha sido más sencilla y, de cierta manera, hoy sabemos que somos un conjunto de partículas que se han puesto de acuerdo para existir. Hace unos días nos maravillamos por el comportamiento de nuestro sistema solar con el eclipse. Imaginemos lo que sucedería si llegamos a comprender los motivos de la materia de la que estamos hechos.
El mismo día del eclipse, Peter Higgs murió en Edimburgo, Escocia. El reporte que dio la Universidad de la misma ciudad, de la cual fue académico durante muchos años, fue que falleció a los 94 años de manera tranquila, luego de una breve enfermedad. Un hombre tan importante en la historia del planeta parece haber tenido una vida plena. Sus aportaciones serán indispensables para la ciencia en el futuro. Compararlo con otras grandes mentes no es exagerar; es probable que, no ver tantas noticias al respecto sea una señal de que nuestra atención como sociedad está en otros sitios, mientras en universidades y centros de investigación, en este momento hay mujeres y hombres que piensan en lo impensable, para después poderlo explicar.
Una manera de reconocer a estas extraordinarias personas es compartir sus historias. Recuerdo el revuelo que tuvo la confirmación del “bosón de Higgs” y hasta los chistes que derivaron de la noticia en ese año. Hoy tenemos “memes” a nuestra disposición y no estaría mal usarlos, como otras herramientas que nos brinda la tecnología, para dirigir nuestra atención hacia historias como la de Peter Higgs y las de miles de científicos que, en sus distintas disciplinas, hacen descubrimientos que nos permiten seguir avanzando como especie.
Algunas crónicas afirman que el premio Nobel lloró cuando el experimento del CERN fue un éxito. Según el científico, no esperaba que pudiera comprobarse su teoría. No al menos mientras viviera. Atestiguarlo no cambió su ateísmo, pero estoy seguro de que pudo considerar que había algo de divino en todo ello.
La ciencia nos permite descubrir lo que realmente ocurre con la naturaleza y sus leyes. Nosotros somos sujetos de ambas y producto de fenómenos que luego escapan a la imaginación. Salvo a la de ciertas personas que se permiten no conocer límites y explorar las fronteras del universo. Sus descubrimientos son vitales y gracias a ellos podemos concluir que somos, todas y todos, una afortunada y feliz creación de unas cuantas partículas que decidieron unirse para después ver qué sucedía.