Por Claudia Ruiz Ordoñez
Richard Louv, autor del bestseller “El último niño en el bosque”, presenta en 2008 el término de “trastorno por déficit de naturaleza”, para describir la pérdida de conexión con el mundo natural.
No es una enfermedad clínicamente reconocida, sino más bien un término para evocar una pérdida de la comunión con los demás seres vivos.
Las causas del trastorno, incluyen la pérdida de espacios al aire libre, los calendarios cada vez más ocupados, el énfasis en los deportes de equipo, más que el juego individualizado y la exploración, la competencia de los medios electrónicos, y lo que Louv y otros llaman una “cultura del miedo”, en la que la gente tiene miedo visitar áreas naturales o incluso salir a la calle, debido al hincapié realizado por los medios en que el mundo no es un lugar seguro, demostrando en sus investigaciones las consecuencias negativas como la obesidad, dificultad de atención, enfermedades cardiovasculares y depresión en etapas de la vida cada vez más tempranas.
Se sabe que los efectos positivos del contacto con la naturaleza de manera regular, son desarrollo y potenciación de todos los sentidos, facilidad de integrar aprendizajes, enriquecimiento de la creatividad, desarrollo general de habilidades psicológicas, la disminución del estrés a través del vínculo con todo lo natural. Si nos fijamos en un nuevo conjunto de investigaciones sobre la depresión, la salud física, la obesidad infantil, y la epidemia de inactividad, la naturaleza es un buen antídoto para todo eso.
El autor va más allá y comenta la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner para explicar, cómo la octava inteligencia debería ser la inteligencia natural, es decir, la capacidad de identificar y clasificar los elementos de la naturaleza
Esto deriva en la necesidad de estudios sobre medioambiente y la salud psicológica de las personas. Se hace necesario generar también una alternativa de educación y de psicoterapia que integre al ser humano como una totalidad, reconectándolo con la naturaleza y su relación con el medioambiente.
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Científicos de la Universidad de Illinois están investigando si un tiempo en contacto con la naturaleza se podría utilizar para complementar el tratamiento del TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad), también un estudio de la Universidad de Kansas encontró que los jóvenes que habían estado viajando como mochileros durante tres días, mostraron mayor creatividad y habilidades cognitivas. Igualmente se ha demostrado que la gente en los hospitales que puede ver un paisaje natural, se recupera más rápido.
El desarrollo físico y emocional por lo tanto depende de una buena relación con la naturaleza. De ella aprendemos muchas cosas y nos nutrimos. A los niños les aporta autonomía, libertad, mejora la concentración y la salud en general. Es un gran aporte frente a situaciones de estrés en todas las edades.
Vivir con la naturaleza es una cuestión de actitud. No es necesario vivir en lugares menos urbanizados. Siempre podemos realizar actividades al aire libre, salir a caminar o a correr, un paseo en bici con los hijos, trabajar con plantas, observar animales, entre muchas otras más.
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