Opinión

La ciudad y sus historias

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. FOTO: MOISÉS PABLO/CUARTOSCURO.COM (Moisés Pablo Nava)

Salir de casa es un movimiento que puede apreciarse desde dos ángulos: uno cotidiano, salir de casa para ir a otro lugar (cine, escuela, teatro, trabajo, plaza…) a explorar y realizar otras actividades y otro, más fundamental que divide el tiempo de vida en un antes y un después, como el salir de la casa de los padres, cambiar de residencia por mudanza de la familia o porque una relación ha llegado a su fin en un divorcio o en una separación…En ambos casos se trata de desplazamientos que extienden el horizonte, ya que la casa no contiene todas las posibilidades del afuera. En ese sentido, una casa es algo que contiene y da lugar a algo, al mismo tiempo que un lugar al que le falta algo, posee un vacío estructural. He ahí su riqueza: dar algo y carecer de algo. Ofrecer todos los días algo, al tiempo que funciona como impulso a buscar aquello que no tiene. La vida transcurre en una alternancia de vida, dentro y fuera de casa.

La ciudad es el espacio compartido, el tejido donde cada casa, y la gente que habita en ella, se inscribe y tiene un lugar. Cada ciudad es una superposición y articulación de historias, donde ninguna es hegemónica, aunque se crea que si, al menos para un cierto pulso que pretende apropiarse del entramado de relatos, tradición oral, noticias y la función de la memoria, que conviven en un cierto lugar y tiempo. La casa llega a ser parte de la identidad, las referencias que dan sentido y una cierta sensación de seguridad, por ello es para muchas personas, devastador, perder su casa, o el haber padecido un robo o un crimen dentro de su casa, vulnerando su seguridad.

La observación, el registro en cualquier medio y el desplazamiento, sobre todo aquel que se da caminando y compartiendo los medios de transporte públicos, permiten “tomar” el pulso a la ciudad, conocer algo de sus historias, ser testigos participantes. No hay mejor forma de conocer una ciudad que transitándola, perdiéndose en ella, caminándola, andando en transporte público. Ya que el transporte, digamos, privado del taxi o de un coche, como los mismo hoteles, la dimensión turística, distancian al visitante de una experiencia directa con la ciudad, teniendo una versión más bien estandarizada de la atención reservada al turismo.

sus calles, avenidas, atajos, sus grietas, baches y diseños urbanos…tener una experiencia de la ciudad en boca de quienes la viven, la observan y la narran, sus cronistas, sean oficiales o espontáneos. Después de todo hoy, una persona con un celular en su mano puede incidir en el entramado de las historias de la ciudad.

¿Qué historias nos cuentan nuestras ciudades? ¿Sus calles y avenidas? ¿Sus casas, edificios y espacios públicos, sus parques y plazas, sus monumentos? Existe una historia viva aquí y ahora, en cada paso que damos, sólo que ignoramos el sentido y el peso que históricamente tienen los lugares por donde transitamos, sus efectos en el aquí y ahora; en las historias que se creen “bonitas” y de “éxito”, pero también en aquellas que suelen estar en las periferias y que guardan una íntima relación con lo que sucede en el corazón mismo de la ciudad, las oficinas de gobierno y las salas de junta de las empresas. Nada de lo humano en tanto sujeto –diría Jacques Lacan—se escapa a las leyes de la palabra. Lo mismo el diseño urbano, la arquitectura… que tiene lugar en la edificación de casas, en el cómo entramos en relación entre nosotros, ya que el espacio y lo visto también construyen tanto al que construye y a quien observa.

*El autor es psicoanalista, traductor y profesor universitario. Instagram: @camilo_e_ramirez

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