Ernesto Zedillo, expresidente de México, rompió el silencio y acusó a la presidenta Claudia Sheinbaum de querer acabar con la democracia en México, pero ella decidió defenderse desde la tribuna de la mañanera recordando “para los jóvenes”. La declaración, directa y sin rodeos, encendió el debate político y obligó a más de uno a posicionarse.
Para saber a quién le creen los mexicanos, la casa encuestadora De las Heras Demotecnia realizó un ejercicio nacional, y los resultados dejaron clara la opinión pública: la mayoría no respalda al expresidente.
El 60% de los encuestados considera que la acusación de Zedillo es falsa, mientras que solo uno de cada cuatro cree que Sheinbaum realmente representa una amenaza para la democracia.
El resto no se pronunció. Esta diferencia no solo muestra la popularidad que mantiene la presidenta, sino también el desgaste de la figura de los expresidentes de la República en la conversación pública.
La encuesta también indagó sobre la percepción que tienen los mexicanos de los últimos seis mandatarios. En esa comparativa, Andrés Manuel López Obrador se impone de manera contundente. No solo es el más conocido, también es el que mantiene el mayor nivel de opinión positiva, algo que no ocurre con sus antecesores.
Felipe Calderón, Vicente Fox, Ernesto Zedillo, Enrique Peña Nieto y Carlos Salinas de Gortari registran porcentajes mayoritarios de opinión negativa. De hecho, Salinas aparece como el más rechazado, tanto en percepción como en atributos específicos.
José Luis Peña, esposo de la gobernadora de Veracruz, teje un juego delicado que pocos se atreven a mencionar en voz alta. Dicen que el primer caballero, aunque oficialmente figura como trabajador honorario, ha multiplicado su influencia en decisiones clave. Contratos sin licitación y nombramientos estratégicos en Agua Dulce son señalados como parte de su órbita.
A su lado, Onelina Carreto González, identificada como operadora política, extiende redes que van más allá de la administración y alcanzan lo electoral. Lo que inquieta es el silencio del secretario de Gobierno, Ricardo Ahued, cuya inacción alimenta versiones cada vez más frecuentes sobre acuerdos discretos.