Opinión

Columna Itinerante: El asesinato político por Camilo E. Ramírez Garza

El asesinato político
FOTO: ROGELIO MORALES/CUARTOSCURO.COM

¿Qué significa estar feliz después de un intento de asesinato?

Salman Rushdie

El asesinato por motivos políticos, por las funciones de un gobierno es una estrategia ilegal para amedrentar a la autoridad en el ejercicio de sus funciones, al tiempo que busca producir el terror en los ciudadanos; es una operación que cancela toda posibilidad de diálogo, cualquier forma humana de cultura y es un crimen que debe perseguirse y procesarse.

No debe quedar impune, pues de lo contrario el mensaje es terrible. Sin embargo, si se da un repaso a la historia, regularmente este tipo de crímenes tiende a nunca resolverse, a pesar de que, con el tiempo, se sepa muy bien de dónde vino su planeación.

El asesinato en sí es una acción humana, no existe la crueldad del asesinato en el reino animal, sino la lucha instintiva por el dominio y la protección de la especie. En el caso humano la agresión y la muerte del semejante siempre contiene una dimensión subjetiva: ¿a qué se mata cuando se mata? ¿a qué se agrede cuando se agrede?

Lo mismo que ocurre en el amor y el deseo: hay algo que se reconoce en el lugar del otro, que hace gesto, mirada, contexto y lazo con “eso” que, precisamente, lo mismo puede desencadenar el amor, como el odio más intenso; la operación de buscar desaparecer al semejante, por adjudicarle una función de obstáculo en los intereses que se tengan.

O, como lo teorizó Hannah Arendt, respecto a las muertes que tienen su fundamento en la banalidad del mal, que responden a una operación, cuyo móvil no es ni el amor ni el odio, sino el de una orden, algo que siempre está presente en la violencia estructural que ejercen algunos gobiernos y empresas.

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En cierta forma, en toda agresión y asesinato, está en juego algo insoportable de sí que se ha colocado (proyectado) en alguien, a lo que se pretende dar muerte, sólo que eso como es propio nunca desaparecerá, sino que terminará desplazándose en alguien más.

Por otro lado, cuando dicha agresión está encaminada a cimbrar a una persona, funcionario de gobierno, afectar a sus seres queridos o colaboradores más cercanos, el asesinato funge como una amenaza directa por el puesto y funciones que se sustentaban.

Al no tener rostro el agresor, se genera la angustia, pues no se sabe ni el día, ni la hora, ni la identidad de la persona, el potencial atacante. Ingrediente que con seguridad es contemplado por quienes orquestan un crimen: trabajan con la angustia y terror que se genera a quienes han enviado “el mensaje”.

Algo similar sucede cuando se produce un fraude telefónico del tipo “¡Usted se ha ganado un viaje! Únicamente tiene que depositar a la siguiente cuenta… Quien ejecuta el fraude necesita de la esperanza, un tanto ingenua, hay que decirlo, de quien contesta, para que crea y deposite el dinero y así poder recibir el viaje o una flamante camioneta.

En el caso del asesinato político dicha muerte tiene como objetivo producir un escarmiento tanto para la persona a la que estaba dirigido, como para el resto de los involucrados; los agresores esperan que se genere el miedo en los involucrados y se expanda, se viralice.

Por ello una forma de defensa contra el terror, en cierta medida, es nunca permitirles ese placer, ese lujo, el lujo de creer que han sembrado el miedo, sino, por el contrario, la semilla de la participación, creativa y responsable, la unión de un colectivo más amplio.

Dos ejemplos entre muchos que existen: ¿Qué sucedió después de los atentados en Paris en 2015? La gente no cedió al terror, ni tampoco los espacios públicos, las personas salieron a ocuparlos, a vivir la vida, a disfrutar.

Algo que también resuena, y que bueno que cada vez con mayor fuerza, en los colectivos de activistas mujeres por todo el mundo: ¡Ya no tenemos miedo, nos quitaron todo, también el miedo!

*El autor es psicoanalista, traductor y profesor universitario. Instagram: @camilo_e_ramirez

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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