Opinión

Columna Itinerante: Desestabilizar para atacar

Guardia Nacional
Protests Erupt In L.A. County Sparked By Federal Immigration Raids National Guard soldiers stand in front of a federal building as protests continue following three days of clashes with police after a series of raids by Immigration and Customs Enforcement (ICE) on June 09, 2025, in Los Angeles, California. (Spencer Platt/Getty Images)

“Lo que no comprendían era que bajo el ropaje de esta violencia subjetiva irracional estaban recibiendo en forma invertida el mismo mensaje que ellos habían enviado” Slavoj Zizek

Protestas, protestas y más protestas. El derecho a protestar es un derecho reconocido por cualquier democracia. Sin embargo, es una práctica común infiltrar reventadores en las protestas a fin de poder justificar la intervención policiaca y militar, bajo la premisa de proteger el orden y salvaguardar la integridad de la ciudadanía.

A la mayoría de los gobiernos e instituciones no les gusta la protesta: el legítimo derecho a protestar exigiendo justicia, sea dirigida a un gobierno como a un lugar de trabajo, como lo es la protesta laboral y el derecho al paro o huelga, por eso, a menudo son ellos mismos quienes se benefician —y contratan—reventadores de protestas pacíficas, para entonces justificar legalmente las intervenciones, los toques de queda, y en ciertos casos, desaparecer poderes, como congresos, controlar medios de comunicación, secuestrar la prensa, decretar estados de excepción, argumentando deseos de aumentar la seguridad.

Al conservadurismo, a la extrema derecha y a una gran parte de las derechas les fascina el poder absoluto, los reventadores que invitan a policías y militares a actuar radicalmente, disparando, como en los 60 y 70 del siglo XX, así como la fascinación por el poder y control absolutos que regularmente se lo suponen a la extrema izquierda, que también tiene lo suyo con su ensoñación de dictadura.

Esas protestas, que terminan en actos vandálicos, son un aliciente político para dichos grupos ya que al mismo tiempo que operan legalmente las fuerzas del orden, se erigen como los únicos protectores de los ciudadanos, elevando así su moneda política de cambio, sólo que ellos mismos son quienes contratan, a menudo, a los reventadores de marchas. Una especie de síndrome de Munchausen político: dañamos a los ciudadanos para luego rescatarlos.

El presidente norteamericano ha elegido la lucha y el ataque frontal en vez del camino de la política, de la negociación. En lugar de llamar a la inscripción a la legalidad, con lo que pueda representar en agradecimiento que redunde en un crecimiento mayor de su economía, al dar la oportunidad de regularizar el estatus de los inmigrantes que radican ilegalmente en EUA, ha decidido la caza y deportación, con lo terrible que puede representar para las personas, sus familias y sus lugares de trabajo. Empresarios, la mayoría americanos, que seguramente no se quedarán cayados ante el oprobio que están padeciendo.

La caza y la deportación en lugar del llamado a la regularización de personas con estatus ilegal es una media sustentada en la idea fundamentalista de la higiene social, similar a las sustentadas por el nazismo: que se vayan los “malos” y nos quedemos únicamente los “buenos”, sin medir ni considerar el costo afectivo, económico y político.

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La propuesta, aunque quizás pueda parecer utópica para muchos, consistiría en poder integrar aquello ajeno, que al mismo tiempo es propio, ya que cualquier persona es el otro del otro, del semejante, sin transformarlo en sufrimiento para sí, y, sobre todo, para los demás.

Sólo que la integración de las diferencias, de esas partes insoportables de sí mismo, proyectadas en los demás, no es tan fácil de reconocer e integrar, requiere de una postura ética fundamental donde el otro no se emplea, cual truco fácil, de instituirle como depositario de lo más insoportable y desconocido de sí mismo, para, a partir de ahí, querer verlo desaparecer, tomar distancia, o, en el peor de los casos, darle muerte.

La experiencia psicoanalítica muestra que eso que se rechaza de sí mismo —y se coloca en algo o alguien— siempre retornará por otras vías, a la espera de ser reconocido e integrado.

Podríamos decir que para poder elaborar el odio hacia el otro, es necesario, reconocer, de inicio que “eso” que se odia en el otro, de alguna manera, forma parte de sí.

*El autor es psicoanalista, traductor y profesor universitario. Instagram: @camilo_e_ramirez

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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