Francisco Cervantes, expresidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) que recién dejó el cargo, volvió al centro de las miradas empresariales, pero no precisamente por nuevos anuncios o acuerdos, sino porque algunos aliados del nuevo liderazgo del CCE parecen más ocupados en ajustar cuentas con el pasado, que en construir el futuro. En los pasillos se comenta que las críticas y ataques contra Cervantes no son casualidad. Responden, dicen, a los intereses de los mismos grupos que se agrupa- ron alrededor de Carlos Salazar, su antecesor, quien duran- te varias temporadas mantuvo cerradas las puertas de Palacio Nacional, congelando una relación que terminó por afectar a ambas partes. A Cervantes, sobre todo desde el ala dura del empresariado que impulsó a José Medina Mora como nuevo titular del CCE, no le perdonan haber aposta- do por el diálogo, los acuerdos y una relación institucional con el gobierno. Para ese grupo, negociar fue claudicar; para otros, simplemente entender que las diferencias no son enemistades y que el desarrollo económico también se construye sentándose a la mesa. La historia amenaza con repetirse. Como ocurrió en la etapa de Salazar, la puerta de Palacio Nacional se abrió otra vez con cautela y con la mano izquierda, ahora para Medina Mora. El riesgo es que si se impone la línea dura, el nuevo presidente del CCE tendrá que moderar el tono y aprender a negociar, porque en Palacio no hay paciencia para la confrontación permanente. Ahí siguen apreciando las buenas maneras, las mismas que históricamente han sabido cultivar el grupo Monterrey y Carlos Slim. En política empresarial, el músculo sirve... pero la diplomacia abre más puertas.
