Querétaro

El fin de la globalización

Columna El Campanazo.

El mundo que conocimos a partir del último cuarto del siglo pasado, está desapareciendo. Era aquel un mundo que pugnaba por relacionarse, por abrir espacios de diálogo, de intercambio y de colaboración. En ese ánimo desaparecieron barreras absurdas como el Muro de Berlín, y se rompieron silencios colectivos aberrantes con actos heroicos como el del Hombre de Tiananmén. El mundo se abrió y creció como nunca se había visto, y la noción de una “Aldea Global” permeó a todo nivel.

Hoy el ánimo mundial ha cambiado, pues con la apertura no sólo vino un crecimiento de opciones y posibilidades: también llegaron choques culturales imposibles de suavizar; fricciones provocadas por una cercanía sin atenuantes; desencuentros derivados de expectativas fantasiosas. El relato globalizador se agotó, aunque sus beneficios hayan seguido presentes, y el hartazgo con sus efectos negativos fue capturado por discursos radicales, simplones y violentos, que hoy tienen al mundo corriendo en una dinámica aislacionista de altos costos para todos.

Publicidad

No es casualidad que diversos gobiernos del mundo estén demoliendo instituciones vitales para la convivencia pacífica y la colaboración: al ya no ser apreciada la globalización por la mayoría social, no tiene sentido conformar instituciones sólidas que resistan el escrutinio internacional; al pretender cerrar a los países sobre sí mismos, ya no importa mucho rendir cuentas a organismo alguno; al cosechar el hartazgo contra el proceso globalizador como discurso político, la validación local basta para ser legítimo.

El proceso antiglobalización comenzó, apenas como discurso, desde finales del siglo pasado; el expresidente mexicano Ernesto Zedillo, decidido defensor del proceso de integración comercial y económica de nuestro país y del mundo en general, acuñó el feliz término “globalifóbicos” para aludir a quienes, pastoreados por grupos de poder que veían en la globalización una amenaza a sus cotos de poder, se dedicaban a organizar protestas contra la integración mundial.

Sin embargo, fue hasta este siglo que la agenda globalifóbica encontró puntos de anclaje para validar su discurso entre amplios grupos sociales. Algunos señalan el ataque a las Torres Gemelas como el primer anclaje antiglobalizador; otros señalan a la Gran Recesión de 2008-2009. Lo cierto es que la dinámica aislacionista ya estaba a toda marcha para 2016, con el referéndum a favor del Brexit como mensaje global de que algo se había agotado y el péndulo había comenzado su retorno. Hoy, casi diez años después, es dolorosamente claro que el florecimiento de vínculos entre naciones está muriendo, y si aspiramos a mantener relaciones más allá de las fronteras de cada país, deberán ser planteadas y gestionadas desde el ámbito local, tanto como lo permitan las agendas nacionales.

No sé cuánto tiempo nos llevará, a nivel mundial, volver a apreciar el afán integrador que alumbró la globalización durante casi cincuenta años; deberemos perder primero, me temo, sus beneficios y confort, para entonces preguntarnos de dónde venían y volver a proponernos alianzas comerciales con acuerdos políticos y sociales amplios, ambiciosos, por encima de nacionalismos estériles y sus querencias autoritarias.


Por lo pronto, asumámoslo: la globalización llegó a su fin.

CAMPANILLEO

Los Papas de la Globalización: Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, promediaron entre tres y cuatro viajes internacionales por año, cada uno. Veamos cuántos hace el siguiente.

Síguenos en Google News:Google News

Contenido Patrocinado

Lo Último