En esta columna me permitiré escribir en primera persona, pues yo estuve ahí, yo lo vi…
Desde hace varios meses, mi amiga y excompañera del programa Ellas con las Estrellas, Tere Marín, planeaba su boda como cualquier novia ilusionada y enamorada de Burak Allici, originario de Estambul.
A muchos (por no decir a todos) nos sorprendió tanta premura cuando nos platicó, hace como hace tres meses.
Lo conoció y se comprometieron cuando ella dio el sí, y recibió un anillazo, a mitad del espectáculo LeReve del hotel Wynn, en Las Vegas.
Comprobé que estamos llenos de imágenes erróneas, etiquetas de nacionalidad y estereotipos equivocados cuando, sin darme cuenta, empecé a visualizar a mi amiga de túnica viendo al piso, detrás del marido y tapada de pies a cabeza. No podía estar más equivocada, es como cuando los extranjeros piensan que los mexicanos andamos en burro, usando zarapes.
Este fin de semana comprobé que el amor es un lenguaje universal, en un enlace mágico, con un ritual maya, por demás emotivo en Xcaret; para después introducirnos en la selva y atravesar un cenote para llegar a la cueva donde se realizaría una elegante recepción.
Había muchos invitados de distintas partes del mundo, gente muy querida que viajó hasta un día completo para compartir esta inolvidable celebración.
La novia lucía radiante, en sus ojos, además de la ilusión, que es representativa de las novias en su noche, había otro destello especial. Un bebé está en camino.
Un bebé amado, esperado y, sobre todo, planeado. Y digo esto, porque he leído que en algunas publicaciones han querido buscarle el lado oscuro a lo que sencillamente no lo tiene.
¿Por qué? Porque Tere y Burak ¡ya estaban casados desde hace meses!, por las leyes de aquí, de allá y de acullá.
Burak es un hombre enamorado de una mexicana que jamás desistió en su búsqueda por el amor verdadero, ése con el que todos soñamos y sólo los valientes encontramos… ¡Felicidades!