Es el resultado de una nueva simulación sobre la presencia de agua en planetas publicada en la revista Icarus por científicos del SRON (Instituto Holandés de Investigación Espacial) de la Universidad de Groninga.
Sabemos desde hace algunas décadas que Mercurio alberga agua. Es de esperar que esto solo pueda ser en forma de vapor de agua. Después de todo, el planeta no tiene atmósfera, por lo que podemos descartar un líquido debido a la falta de presión. Y Mercurio está casi tres veces más cerca del sol que la Tierra, por lo que el hielo de agua tampoco parece probable. Pero luego están los cráteres.
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Los cráteres empinados en latitudes altas contienen depresiones que quedan atrapadas para siempre en la oscuridad, solo iluminadas por la banda tenuemente brillante de la Vía Láctea contra el telón de fondo de un cielo negro eterno. Estos lugares espeluznantes albergan capas de hielo de muchos metros de espesor, en el planeta más cercano al sol. Ahora queda la pregunta: ¿cómo terminaron esas moléculas de agua en Mercurio?
La primera autora Kateryna Frantseva, desarrolló un algoritmo que simula impactos de meteoritos en forma de asteroides, cometas y partículas de polvo interplanetarias (IDP). Resulta que en el transcurso de mil millones de años, estos cuerpos traen suficiente agua a la superficie de Mercurio para explicar la cantidad que vemos actualmente.
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Frantseva dijo en un comunicado: “No podemos descartar fuentes endógenas de agua, como la actividad volcánica y la desgasificación de la corteza y el manto, pero esto demuestra que no necesitamos nada más que impactos de cuerpos menores para explicar el agua que vemos en Mercurio”. La simulación muestra que las fuentes internas llevan, con mucho, la carga más pesada, con más de diez mil kilogramos por año. En comparación, los asteroides y los cometas arrojan anualmente cada uno alrededor de mil kilogramos.
La simulación proporciona una base para nuevos modelos teóricos para el suministro de agua a exoplanetas, planetas fuera de nuestro sistema solar. Estos pueden compararse con observaciones futuras, por ejemplo, del telescopio James Webb lanzado recientemente, a través del cual los astrónomos podrían detectar firmas de agua en el espectro de luz que emiten los cinturones de asteroides en los sistemas exoplanetarios mientras irradian la luz de su estrella anfitriona.