El día a día es mucho más pedagógico acerca de cómo somos y nos comportamos que muchos análisis que tratan de incorporar complejas variables para encontrar alguna fórmula que resuelva el enigma de nuestro comportamiento.
Un hábito poderoso en México es el consumo de tabaco (si puede llamársele así a los cigarrillos que contienen todo tipo de sustancias tóxicas, nicotina y alquitrán las más adictivas, pero no las únicas).
Durante décadas fuimos uno de los principales mercados de esa industria y su peso económico, aún importante, y político hizo del país un sitio de restricciones menores para promocionar masivamente sus productos y reforzar el atractivo de fumar hasta volverlo vicio.
La insistencia publicitaria de las “tabacaleras” (insisto, lo que menos ofrecen es tabaco) arraigó tanto en la sociedad mexicana que los números de consumo anual no bajaron por más campañas de prevención, imágenes crudas en las cajetillas y prohibiciones de anuncios en medios de comunicación, se hicieron.
Esta semana se hizo pública una medida que cancela en definitiva su exhibición en comercios y fumar en áreas con más personas. Las empresas pusieron su grito en el cielo, pero eso no frenó la disposición y tampoco tuvieron el volumen que en su momento lograron, gracias a su relevancia como anunciantes.
En el mundo, fumar ha perdido “glamour” y las consecuencias que produce en la salud de una persona se han impuesto felizmente a una costumbre que generó un negocio multimillonario. Creo que hoy existe una coincidencia en nuevas generaciones de que es un mal hábito que ayuda a nada en la vida.
Recuerdo cuando se aprobó la ley correspondiente en la Ciudad de México y las protestas que se dieron en la prensa con base en el respeto que debe tener el Estado a las decisiones de sus ciudadanos.
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¿Hasta dónde uno es libre de decidir cómo afectar su salud? Probablemente hasta donde decida, pero el tema no es ese albedrio, sino lo que implica para la otra salud, la pública, el que como sociedad no hagamos conciencia y colaboremos para lograr el bien común.
Hagamos un poco de memoria reciente y no olvidemos a los miles de pacientes afectados en esta pandemia, precisamente porque las primeras sepas de este virus atacaban los pulmones de fumadores, obesos y personas con una dieta plena de comida chatarra.
Tan solo por lo doloroso que ha sido el periodo de la pandemia, las y los ciudadanos debemos apoyar todas las medidas que contribuyan a reducir prácticas nocivas para la salud de los mexicanos.
Hace casi tres años, ante el temor de perder la vida en un instante, prometimos de una y mil formas que, ahora sí, íbamos a cambiar nuestros comportamientos y buscaríamos una forma sana de conducirnos.
Para quienes este compromiso ya fue superado y la libertad de elegir vicios se ha vuelto a imponer, cuentan con espacios privados (su hogar, por ejemplo) para fumar tantas cajetillas como su presupuesto lo permita.
Sin embargo, como práctica social, estas medidas ayudarán a reducir a su mínima expresión un mal hábito que, parece, ha perdido su etapa de gloria, incluso cuando se trató de disfrazar con los famosos “vapeadores”, que eran todavía peores que el producto anterior.
Espero que sigamos en el camino correcto para no tener que depender del cigarrillo, lo cual estoy seguro traerá beneficios enormes en muchos sentidos a nuestra sociedad.
Por lo pronto, seamos corresponsables y respaldemos estas medidas de la autoridad, porque estoy convencido de que es para bien de nosotros y de los más jóvenes.