Opinión

Mi momento de reflexión

Mi momento de reflexión
Foto: P. Teba

Por P. Teba

Nacer, vivir y morir, esta es la realidad de nuestra existencia. Cegados por infinidad de fenómenos, nuestra experiencia cotidiana existe, la mayor parte del tiempo, como un gran movimiento incontrolado –externo e interno- semejante al corcho que flota errante, despojado de total libertad, sometidos al imparable flujo de las olas, las corrientes, los vientos.

Así como nuestro cuerpo, nuestra mente: no hay ni una sola oportunidad en que pueda decirse que hayamos sido los auténticos dueños de nuestras vivencias.

Los meses de la infancia se desmenuzan raudos como azucarillo en contacto con el agua. Los años de la adolescencia pronto se transforman en fotografía mustia.

La primera juventud nos habilita para comenzar a intuir la inocencia recién remontada; y rápidamente, como la víspera de la fiesta veloz que muta en recuerdo reciente, la juventud salta sin avisar a la manifestación vespertina: los primeros rayos últimos de la tarde se entrelazan con la visión de la luna, el sentimiento de la madurez ya nunca nos dejará.

A partir de ahí, nada resulta ya asombroso. Un día como otro cualquiera, te percatas muy claramente de tu vida. Ese día, aquel que tú has sentido siempre ser, gira por la esquina del recuerdo y se ve inmerso en la avenida de los sueños perdidos.

La vejez. La enfermedad. Como preludios que anuncian la irremisible Elegía. Es complicado escribir sobre ello sin inquietarse. La mente se quiere resistir y el cuerpo reverbera: el pecho pulsa, el bajo vientre se anuda.

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Recurrir entonces a la profunda determinación de la búsqueda del significado interior, de la constatación de lo que verdaderamente implica existir. Esa es la senda a lo veraz. La enfermedad repentina nos golpea sin rubor en la misma médula de la ignorancia y de pronto, nos hace sabios, esos que comprenden que bajo el armazón sólo hay barro duda y miedo.

Pero también un potencial de luz, un pozo de sabiduría que se asemeja a la llama de una velita en la tempestad nocturna.

La vida es un préstamo a medio plazo. Trazar y seguir el rumbo previsto es la llave para ir, venir, puede que perderse, pero retornar. Lo esencial es navegar y navegar, surcando días y noches, más allá del entorno hostil. Es fundamental darse cuenta de que más que la meta en sí es en el camino mismo, y es en el papel en blanco donde se puede perfilar todos los pasos.

Esta vida es intransferible y única. No hacen falta muchos más datos. Somos y luego dejamos de ser. Es ahora o nunca. Lo demás, en realidad no importa mucho.

Estaremos encantados de compartir reflexiones contigo.

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