Reloj, detén tu camino
Porque mi vida se apaga (…)
Detén el tiempo en tus manos
Haz esta noche perpetua
Para que nunca se vaya de mí
Para que nunca amanezca
Roberto Cantoral
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Se suele decir que la vida se va en un abrir y cerrar de ojos. Y con razón, no hay fecha que no se llegue y plazo que no se cumpla. El tiempo avanza con, sin y a pesar de nosotros.
Independientemente de la vivencia del tiempo, rápido cuando se está contento y feliz, lento, cual caída de miel congelada, cuando hay aburrimiento y dolor, el tiempo no se detiene, avanza impávido, nos transita, transportándonos a nuevos horizontes.
No obstante, existen personas que desearían detener el tiempo, capturarlo, pero el tiempo es un real que no se entiende ni obedece, se impone.
Uno de los grandes misterios de nuestras vidas: habitar entre dos imposibles, no pedir nacer y no poder hacer nada –hasta el nuevo aviso tecnológico– para no morir. “Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir” (Alberto Escobar)
¿Qué extraña cosa es el tiempo? Parece que sólo disponemos del limitado recurso de la memoria para abrirnos paso una vez que el insondable tiempo ha transcurrido.
De nuestro ciclo de vida podemos decir muchas cosas: que, a como vivimos en este tiempo-espacio histórico, las primeras tres décadas de vida se nos van llegando al mundo, sobreviviendo, aprendiendo, por decirlo de manera resumida; después, si así se lo decide y es posible, la consolidación de la vida familiar y laboral, las articulaciones entre ellas, los cambios, desajustes, encuentros y desencuentros, amores, ilusiones, dolor, sorpresas, crisis, momentos de alegrías…todo eso teniendo un no sé que de la vida, que a menudo se puede confundir con los misterios de la existencia, conseguir sobrevivir, ganarse la vida, como dicen muchos.
¿Después de los cincuenta o sesenta años qué sigue? Algunas personas sueñan tanto con ese momento que, llegada la hora no saben qué hacer con su tiempo “libre”, no pueden disfrutar, les atormenta una incapacidad para relajarse, para poder dormir, algunos desean a toda costa sostener su “potencia”, se resisten a no pasar la “estafeta” a las nuevas generaciones y, manteniendo el control y el poder, se auto condenan al ridículo, en lugar de “conquistar” nuevas experiencias y habilidades; consideran que todo se tiene que hacer cómo siempre se ha hecho (resistencia al cambio) no logran convivir ni integrar los avances que les rodean, tanto de su área como en la vida diaria, poco a poco se van exiliando, quedando en la periferia de la vida, presentando, casi siempre, reacciones comunes: la nostalgia, la tristeza por la idealización del pasado, acompañado de enojo y terquedad por todo lo nuevo, la pérdida gradual del interés por todo lo que les rodea, arguyendo cansancio, falta de capacidad “chango viejo no aprende maroma nueva”, dicen, gracias a lo cual la persona se va deteriorando, haciéndose más rígida física y mentalmente…
Pero, por el contrario, si la persona asume una posición diferente ante su vida después de los sesenta años, caracterizada por la apertura y la flexibilidad, logrará integrar e integrarse a los nuevos vientos de los tiempos, renunciando a ver pasar la vida desde una vitrina, para entonces hacer, participar y, sobre todo, inventar su vida.
Entonces esas personas han decidido autoexiliarse en un tiempo presente permanente y eterno, donde en cada momento renacen, viven, exploran y expanden sus horizontes.
*El autor es psicoanalista, traductor y profesor universitario. Instagram: @camilo_e_ramirez