La vida transcurre, nos transita, nos va dejando. Nada de lo que se vive, regresa. Es una condición de nuestra vida, la irreversibilidad, el instante que llega, pasa y nunca retorna. Por más añoranza, por más nostalgia (dolor por el regreso) no es posible regresar o detener el tiempo, encontrar todo en las mismas coordenadas. Es curioso, por más que lo sepamos, conscientemente o no, buscamos elaborar rituales, rutinas, supuestas formulas de éxito y felicidad que, si acaso, alguna vez funcionaron, ya no del todo, que nos otorguen algo, una ilusión de seguridad, de mismidad, un punto fijo para resistir ante lo transitorio, ante algo que se ha perdido, desvanecido, evaporado.
“Lo que un día fue no será”, cantaba José José y con razón. Esto puede vivirse de diversas maneras, como tragedia o posibilidad ilimitada. Como tragedia sería el vivir en la nostalgia de la pérdida permanente de lo que fue, pudo ser o que nunca será, con la amargura de una vida que nunca se vivió y que, sin saber, se nos va todos los días. No es casualidad que una de las definiciones más claras que diera Sigmund Freud sobre la neurosis fuera la de, aquellos que padecen de reminiscencias. ¿por qué será tan difícil elegir una posición presente continua en lugar de una permanente búsqueda de reivindicar el pasado, vivir en su repetición?; como posibilidad ilimitada si se abandona toda pretensión de capturar y encapsular tanto el tiempo, como los referentes de identidad, los lugares y las personas, en lugar de transitar igualmente por ellos.
Todo lo que se tiene, por lo que se lucha, lo que se anhela, lo ya conquistado…terminará pasando, cayendo y recayendo, erosionándose por el paso del tiempo y la memoria, por la transitoriedad a la que están sujetas todas las cosas que existen, entonces qué sentido tiene buscar detener lo que en principio no se detiene jamás.
Después de tanto tiempo, la humanidad continúa enfrentándose a ese mismo dilema que existe desde el comienzo: lo que se supone que permanece y aquello que está en un estado constante de cambio, de transformación, que, en cierta forma, solicita una postura, atención y escucha diferente, nueva, igualmente cambiante, que considere el flujo del cambio, junto a lo ilusorio y pasajero de la noción de identidad, para, precisamente, poder surfear en sus aguas, saborear sus horizontes nuevos.
El amor es una de las experiencias humanas a las que más daño se le hace al pretender detener su ímpetu y moviendo en formulas desgastadas, reduciendo el encuentro amoroso a una repetición hueca, exigente y rutinaria, en lugar de siempre vivir lo nuevo, incluyendo lo transitorio, es decir, el cambio, el inicio y la posibilidad del fin, como una lógica que posibilita lo fresco, vivo y presente.
El autor es psicoanalista, traductor y profesor universitario. Instagram: @camilo_e_ramirez