Usted no tiene que esperar la perfección para sentirse pleno. No tiene que tener todo lo que desea, ni cumplir todos sus sueños, ni compararse con nadie para sentir que la vida es buena. Porque la magia, esa magia que transforma, no empieza afuera. Comienza adentro, y su nombre es gratitud. La gratitud es más que una palabra bonita que se dice por cortesía. No es un “gracias” al aire, ni un formalismo social. Es una actitud, una forma de mirar el mundo, de mirar su vida, su cuerpo, sus talentos, su camino. Es una decisión consciente de enfocar la atención en lo que sí hay, en lo que sí funciona, en lo que ya se le ha dado. Piense en esto: Dios, el Creador, la Fuente —como usted lo quiera nombrar— no está limitado por relojes, mapas ni cronogramas.
Esa inteligencia suprema es infinita, fuera del tiempo y del espacio. Así que todo aquello que usted ha soñado desde lo más profundo de su Ser, todo lo que ha imaginado con amor, ya está creado en algún lugar del universo. Ya existe. El camino para llegar hasta ello no es la lucha ni la creencia en la escasez. Es la gratitud. Cuando usted se siente verdaderamente agradecido, está vibrando en la misma frecuencia de aquello que desea. Si agradece por su cuerpo, aunque no sea perfecto, está reconociendo que es el vehículo sagrado que le permite experimentar la vida. Si agradece por lo que ha vivido, aunque haya sido difícil, está reconociendo que cada paso lo ha acercado más a la versión más completa de sí mismo. Si agradece por los pequeños milagros diarios —una sonrisa, una palabra amable, un amanecer, un respiro profundo—, está enviando un mensaje poderoso al universo:
“Estoy listo para más de esto. Estoy en armonía con la abundancia que es la vida”. Y ahí empieza a ocurrir los milagros, que la física cuántica define como sincronías. Pero en realidad, es la consecuencia natural de estar alineado con Dios. Porque cuando uno vive en gratitud, se conecta directamente con la fuente de todo bien. Se deja de comparar con los demás, y en su lugar, bendice su propio camino. Se deja de sentir en carencia, y en su lugar, reconoce que siempre ha sido sostenido.
Se deja de sentir separado, y en su lugar, se sabe parte de algo mucho más grande, más amoroso, más perfecto, cambiando sus actitudes de resentimiento o avaricia. La gratitud auténtica lo mueve a la acción. Se trata de ofrecer lo mejor de usted, de servir a los demás, de contribuir al mundo con lo que tiene. Esa es la forma más elevada de agradecimiento: poner sus dones al servicio de la vida, ser un canal de amor, de compasión, de generosidad. Cuando usted actúa desde ese lugar, está sirviendo directamente a la Fuente, a ese Dios creador que se expresa a través de las virtudes humanas. La próxima vez que se sienta lejos de sus sueños, deténgase un momento. Respire. Y comience a agradecer.
Agradezca lo que ha sido, lo que es, y lo que ya viene en camino. Hágalo con fe, con un corazón abierto. Porque la gratitud, más que una emoción, es un puente invisible entre usted y la realidad que sueña. Cuando usted se vuelve gratitud, una magia especial comienza. Todo se acomoda. Todo fluye. Y lo que parecía imposible, de pronto, empieza a asomarse.